"Un relato de la selva" de Daniel Stuardo Soto

31.10.2020

Motivado por extraños relatos de exploradores que, perdidos en el "infierno verde", conocieron a indios asombrosos, el doctor Vega, eminente psiquiatra, visitó a un viejo curandero cuya choza daba la bienvenida a las canoas, al borde de un brazo de arrullo sereno del río Amazonas. Llegó en el momento en que un indio de pálido semblante y rostro desencajado era atendido, sobre una manta. Con movimientos rituales, el curandero tomó a un cuyi, lo frotó contra el cuerpo del enfermo, y lo despellejó vivo. Luego de inspeccionar las vísceras del animal, dictaminó el remedio.
Vega, asombrado, pero consciente de la distancia abismal del idioma, le preguntó al curandero por qué le había hecho eso a ese animal, y aquel le respondió: "¿acaso ve alguna máquina de resonancia magnética por aquí?".

Confundido, sin palabras (porque estas no se atrevieron a decir lo que no se podía decir), salió de la choza, y mientras se internaba por una huella apenas intuida entre la abundante vegetación, encontró a una niña aborigen que hablaba con un árbol cuyas arrugas delataban su espantosa edad. Al igual que el curandero, la niña hablaba en una jerigonza ininteligible para Vega. Pronto, la chicuela se percató de la presencia del forastero, y le sonrió.

Vega se rascó la cabeza, y ofreciéndole su mejor sonrisa fogueada en años de consultas histéricas, le preguntó por qué hablaba con el árbol, y la niña le respondió: "le decía a mi madre que pronto llegaría un forastero, o sea, usted". "¿A través del árbol?" inquirió el galeno; "es que no tenemos teléfonos celulares", respondió la niña.

Sin entender nada en absoluto, el doctor Jose Ramon Vega prosiguió su camino, acompañado por la pequeña india. Como el curandero, aquella no parecía haber puesto un pie fuera del perímetro de la selva y, sin embargo, hablaba como él, y conocía la tecnología.

"Un enigma", pensó, y volvió esa comezón porfiada a su cabeza.

En la aldea, compuesta por chozas rodeadas de un muro infranqueable de masa arbórea, bañado el ambiente de un verdadero concierto de animales de todos los tamaños y especies, se encontró con la madre de la niña, que tal como aquella, era inconsciente de su desnudez. Esta lo saludó con honesta alegría.

"¿Se ha fijado?", le preguntó ella al doctor, en la entrada de su choza. "¿En qué?", respondió aquel. "Todos los animales hablan un mismo idioma, pero modulan sus palabras según su tamaño y peso corporal". Vega solo arrugó el entrecejo. La mujer, con naturalidad, prosiguió: "¿ve ese mosquito? Podría comunicarse con una ballena, si tuviese su tamaño; y la ballena, podría comunicarse con el mosquito, si fuese tan pequeño como él". "¿Acaso conoce usted a las ballenas?", le preguntó el doctor, con una expresión de asombro bien chistosa. La mujer, con un gesto desdeñoso, le contestó que eso tiene la menor importancia.

Adentro, la madre y la hija agasajaron al recién llegado con frutas e insectos vivos servidos en un plato de cuero y hojas. Después de examinarlo un rato, reflexionando su siguiente movimiento, tomó algunas frutas y se las llevó a la boca. La mujer, atenta a los movimientos de la visita, le preguntó por la razón por la cual despreciaba a los insectos, y él le respondió que no se los comía, porque estaban vivos. "Pero, ellos quieren que se los coma", replicó ella, con naturalidad. "¿Y cómo sabe eso?", le preguntó Vega. "Porque les pregunté, y están de acuerdo", contestó.

Eso fue suficiente para el pobre doctor. Dejó el plato a un lado, se puso de pie; agradeció las atenciones y, casi corriendo, se subió a la canoa para regresar a la normalidad de la civilización, preguntándose a cada vuelta del río cómo es que la india grande conocía a las ballenas, y cómo es que la india chica conocía los teléfonos celulares, y cómo diablos el curandero conocía los aparatos de resonancia magnética, para referirse a ellos con tanta naturalidad, rumiando una respuesta que se hizo patente y muy lógica, cuando llegó a puerto seguro: "¡Claro!", exclamó con satisfacción, y expresión exultante: "¡Ellos han tenido que salir de la selva en algún momento de sus vidas!".