"Un regalo inesperado" de Nani Canovacas López

13.10.2021

Los días que subo las escaleras del metro en la estación cercana al hospital donde trabajo en el turno de noche, encuentro a un niño sentado en los escalones primeros que me deja un poco tocada. Tiene la ropa hecha jirones, está demacrado y sucio. Los primeros días no hice mucho caso, porque creí que fuera algo fortuito y que sus padres andarían por allí cerca, pero al tercer día y aunque iba como siempre con prisa, decidí pararme y preguntarle por sus papás y la razón por la que todas las noches estaba allí, en lugar de en casa.

Me dijo que habían tenido un accidente y esperaba a que sus padres salieran del hospital. Le pedí que se fuera con los abuelos y como imaginé que no habría cenado, cogí de mi mochila el sanguis que me había preparado, le pedí los nombres de sus padres para preguntar por ellos. Busqué un bolígrafo y una libreta para anotar lo que me dijera y cuando quise despedirme de él, ya no estaba.
Se ve que iba noqueada cuando entré en la salita de enfermeras y mientras me cambiaba, mi compañera de turno me pidió le contara qué me pasaba. Cuando le narré todo lo referente al niño y todo lo que me había contado, me dijo que ese niño aparecía de vez en cuando y que siempre decía que esperaba a sus papás. Parece ser que hace unos años hubo un accidente, donde murieron todos los que iban en el coche; padre, madre y un niño que quedó con vida, estando encamado en el pabellón infantil por un tiempo, pero que al final murió pidiendo ver a sus padres. Me cuenta también que a veces se aparece, porque murió inquieto y necesita que alguien le de la paz que no consiguió. Según me dice mi compañera, estos casos pasan porque buscan a la persona que le devuelva la paz para su descanso y que aún no la ha encontrado.

Ese turno en el hospital lo hice con cierto malestar, deseando volver al otro día y encontrarme con el chico.

Volví a encontrarlo pasados cuatro días. Allí estaba llorando. La ropa destrozada, lleno de polvo y de sangre pegada al pelo. Le cogí, le abracé, lloramos y al cabo de un rato, me dijo que ya estaba dispuesto a irse, que había encontrado a sus papás y que no volvería más al metro, que yo había sido el camino que le llevó al lugar donde debía estar ahora.

Si algún día me hubieran dicho que iba a vivir algo semejante, les hubiera mandado a paseo, nunca creí en semejantes acontecimientos, aunque siempre respeté y pensé que en la vida todo es posible.
Desde entonces, cuando subo ese tramo de escaleras, siempre encuentro la misma paz que ese chico encontró y que a mí también me regaló.

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)