"Un pueblo feliz" de Trinidad Romero Blanco

05.11.2020

Paula, había sido desde niña, según su madre, poseedora de mucho sentido común, lo que le suponía aceptar cuestiones que no comprendía, pero que acataba, sin rechistar, cuando se las exponía su progenitora.

Ese sentido común no era rémora para sus pensamientos ni fantasías. Observaba a las gentes que le rodeaban y a las que se cruzaban con ella por la calle y pensaba que las personas deberían ser como el cristal, como el agua clara, diáfanas. Esta idea la tenía desde pequeña, pero cuando tenía 15 años decidió transcribirla al papel, como se narra a continuación:

"Creo que las personas deberían ser transparentes; de esta forma, cuando alguien tuviera el deseo de cometer algún acto delictivo o de portarse mal, se le verían sus malas ideas. Habría unos ciudadanos que velarían por la seguridad del pueblo. Irían paseando tranquilamente por él, observando a los transeúntes y, cuando vieran algunas ideas malignas dentro de sus cerebros ¡zas!, sin pensarlo dispararían contra ellas con una pistola pequeña, pero eficaz y eliminarían a los perturbadores de la buena convivencia que debería existir entre todos.

Una noche empezó a llover. Al día siguiente siguió lloviendo. También toda la noche y a la mañana siguiente y al medio día de ese día, y a la noche que siguió a la tarde y en la aurora que siguió a la noche para que ésta descansara y así durante muchos días con sus noches. Fue como un diluvio y ya saben ustedes que el diluvio universal, según se cree, duró cuarenta días con sus noches.

Las lluvias eran tan intensas, los truenos tan ensordecedores, los rayos tan segadores, que la gente no salía de sus casas; pero, pasados unos días tuvieron que volver al trabajo, los que tenían, las amas de casa a hacer las compras para poder alimentar a las familias y los niños a los colegios. Claro que, los niños hasta una cierta edad, de por sí son bastante transparentes.

A pesar de que se protegían con impermeables, tabardos, parcas y paraguas, las gotas de agua iban calando todo tipo de indumentarias, penetrándoles la piel, inundándoles e hidratando sus huesos, todos los órganos interiores e incluso las ideas estaban impregnadas de gotas de agua cristalinas.
Una mañana de domingo el aire, el trueno, el relámpago y la lluvia, ya agotados, decidieron descansar, puesto que era día de asueto.

La gente se apresuró a salir a pasear y disfrutar de los rayos del sol. Unos observaban a otros con gran sorpresa, viendo sus figuras transparentes, construidas con gotas de agua: vísceras, venas, huesos, corazón e ideas. Pero sólo se translucían las malignas. Así pues, la comisión justiciera, formada por cuatro hombres expertos en el manejo de las armas, cuando veían a algún transeúnte con ideas malas, haciendo honor a su nombre, sin pensarlo, le disparaban con gran puntería y lo aniquilaban; así se aseguraban que los ciudadanos vivieran con seguridad, sin miedo a robos, violaciones ni asesinatos. ¡Qué felicidad un pueblo poblado sólo por personas buenas!

A la semana de estar actuando la comisión justiciera contra la gente con malas ideas, no quedaban habitantes. Incluso los justicieros se mataron unos a otros.

De los niños, nunca se averiguó qué fue de ellos".

Paula se quedó pensativa y triste al releer su propio relato.

Imagen: Cuadro de Dino Valls. @collectio