"Somnolencia", de Diana Laura Caffaratti Grasso

23.03.2019

Tórrida mañana somnolienta. Al "Caribe" le había ganado la haraganería. Continuó acostado, percibiendo su respiración medida, constante, rítmica... El calor le agregaba sopor a la jornada.

Entraba de a ratos en un sueño profundo, en el que todo lo que lo rodeaba desaparecía. Y en otros, una lucidez algodonosa le traía a la conciencia el trajinar de la casa. Deseó que todos hubieran seguido durmiendo. Le molestaba el ruido del mal llamado plumero con el que la mucama atacaba las varillas de las celosías a esa hora tan temprana. Parecía que, con bronca, las castigaba con las tiras de trapo atadas al palo de un antiguo y verdadero plumero. Antes, había corrido las lonas del toldo, haciendo deslizar las cuerdas por unas chirriantes roldanas. Lo hizo con tanto vigor que se había despertado.

Odiaba a Doña Mary, la mucama. Siempre andaba haciéndose notar con cada una de las tareas, en cualquier lugar de la casa. Además, se creía la autoridad cuando el patrón no estaba, y lo mandoneaba, y lo zamarreaba cuanto quería en ausencia del dueño de la casa. Lo tenía harto.

Hoy, no le llevaría el apunte para nada. Dejaría pasar sus rezongos... ¿Y si volvía a blandir sus chancletas? Mmm... Dudó. No estaba muy seguro de poder mantenerse indiferente.

La mujer ya había quitado el polvo de todas las persianas; ya había baldeado los patios de lajas, y se disponía a limpiar y ordenar el interior de la casa. Los ruidos se sentían con mayor potencia, por supuesto; tanto como para no volver a conciliar el sueño. Pero seguiría ahí, tranquilito, en su aletargada modorra. Hasta que la vieja comenzara con su perorata y sus sermones...

Sintió los pasos que se acercaban. Se arrellanó más en su posición de rebelde adormidera. De repente vio la enorme figura de Doña Mary que, agachada, aparecía por debajo de la mesa donde había decidido pasar la noche... Una vez más lo sacó a escobazos. Pero ahora sería distinto: en cuanto intentó tomarlo del lomo, le tiró un tarascón, y otro, y otro...

Gritaba desesperada de dolor, pedía socorro mientras veía desaparecer, triturados uno a uno, su pulgar, su índice, su anular... Los vecinos se negaron a darle la razón; terminó en un manicomio. La policía encontró una prueba contundente: la mujer había estado moliendo carne. "Es lógico - proclamaban - Tuvo un accidente mientras realizaba su tarea, y dada la bronca que desde siempre manifestaba hacia el animal, transfirió la culpa. La máquina es de tamaño considerable, y la potencia del eje moledor, enorme..." "El televisor estaba sintonizado en el canal de novelas. Había una botella de fernet a medio consumir, sobre la mesada..." - concluían. 

Él movía la cola, contento, cada vez que un policía o vecino le acariciaba la cabeza. "¡Pobrecito!" "Siempre aguantó a esa loca..." "Vas a ver, ahora podrás vivir tranquilo..." - le decían.

El Caribe entró nuevamente a la cocina, eligió SU lugar debajo de la mesa, y se dispuso a hacer la digestión más tranquila de su vida. Algo bueno le reconocía a Doña Mary: sus huesitos eran insuperables...