"Ninfa" de José Luis Guerrero Carnicero

20.10.2020

Le despertó el oleaje. Nunca le apeteció realmente hacer un crucero, pero terminó cediendo. Decidió salir a cubierta a respirar aire fresco, sería la única manera de aliviar el mareo. Apenas había andado unos pasos cuando empezó a resbalar. Chocó contra la barandilla de cubierta y se precipitó al agua. En un principio quedó aturdido por la caída, pero el pánico le despejó por completo. Comenzó a gritar desesperadamente, más por instinto que por creer que le serviría de algo. No tardó en agotarse y asumir que no tenía salvación, comenzó a hundirse. Curiosamente, y al contrario de lo que había creído cuando imaginó alguna situación así, dejó de sentir angustia cuando aceptó lo inevitable de la situación.

Notó que unas poderosas y fuertes manos aferraban sus brazos y tiraban de él hacía la superficie. Cuando sus pulmones se llenaron de aire, recobró las fuerzas y de nuevo empezó a mover las piernas, se volvió para ver a quién le debía seguir vivo, y para su sorpresa se encontró con una hermosa y delicada mujer que le estaba sonriendo.

- ¿Podrás mantenerte a flote tú solo un ratito? Preguntó la bella mujer, y sin esperar la respuesta emitió un sonido gutural similar a un silbido, pero muy diferente a nada que hubiese escuchado nunca.

A los pocos segundos apareció un enorme delfín. La mujer le cogió sin aparente esfuerzo, le levantó en el aire fuera del agua y le montó a horcajadas, ella montó detrás, y a su señal, el animal comenzó a surcar el agua a una velocidad endiablada. Aproximadamente una hora después divisaron una paradisíaca isla, y al llegar a unos cien metros de la costa se detuvieron.

- El delfín ya no puede acercarse más, podría quedar varado. ¿Podrás nadar desde aquí hasta la orilla? -preguntó la mujer.

- Lo intentaré -contestó él no muy convencido.

- Bueno, será mejor que te agarres a mi cuello -dijo ella que notó su poca convicción.

Él la abrazo abarcándola desde la espalda y rodeando todo su cuerpo con los brazos. Notó sus turgentes y firmes pechos.

- Te he dicho a mi cuello -dijo ella sonriendo.

- Perdón -susurró él con timidez.

Al llegar a la orilla, ella tiró del hombre con una mezcla de suavidad y firmeza que demostraba su increíble fuerza y a la vez su dulzura.

- ¿Quién eres tú? -preguntó el hombre contemplando la belleza increíble de la mujer que estaba completamente desnuda.

- Espera, voy a cubrir mi cuerpo para que podamos hablar más tranquilos -dijo ella sonriendo y sin mostrar ningún pudor.

Desapareció detrás de un árbol, apareciendo un instante después por el otro lado con una túnica sedosa que la hacía aún más sensual.

- Mi nombre es Galatea -dijo ella con su melodiosa voz.

- Me suena mucho ese nombre ¿Vives en esta isla?

- No, yo vivo en el mar.

- ¿Eres una sirena?

- ¿Qué tontería de pregunta es esa? -dijo ella con fingido enfado-. Las sirenas son peces de cintura para abajo.

- Sí, eso tenía entendido.

- ¿Y te he parecido yo un pez de cintura para abajo?

- No, la verdad es que no. Ah, ya me acuerdo quién era Galatea. Era una pastora en una obra de Cervantes.

- ¿Cervantes? ¿Quién es Cervantes?, preguntó ella arrugando de forma graciosa la nariz. -¿Es un humano?

- Sí, supongo que sí.

- No le conozco.

- Bueno, y si no eres una sirena ¿Qué eres?

- Soy una de las cincuenta Nereidas.

- Me suena ese nombre, pero ahora mismo no sé de qué.

- Las Nereidas somos las ninfas del Mar Mediterráneo.

- Ah, una ninfa ¿Como una especie de hada?

- ¿Qué es un hada? Contestó ella, pero no esperó su respuesta. -Bueno, quédate aquí, voy a buscar algo de fruta para que puedas alimentarte y coger fuerzas.

La vio desaparecer entre la maleza y casi al instante se quedó profundamente dormido.

Le despertó un enorme griterío. Estaba en su camarote.
Salió a cubierta para ver qué era lo que causaba tanto alboroto. La gente sonreía y señalaba a un numeroso grupo de delfines que saltaban alegremente cerca del barco. A él le pareció ver, a lo lejos, un delfín mucho más grande que los demás sobre el que cabalgaba una hermosa mujer.