"Muerte del Chundarata" de Rodolfo Serrano Recio

12.09.2022

Yo no vi morir al Chundarata. Pero sé por qué le mataron. Todo el mundo en el barrio lo sabía. Todos sabíamos por qué y quién mató al Chundarata. Le llamaban así porque había estado en la Legión, de corneta. Estaba medio zumbado antes de irse y volvió completamente zumbado de Ceuta o Melilla, no sé de dónde exactamente. Se ponía en el bar de Eleuterio, en el patio , con la camisa abierta hasta el ombligo y un vaso de cerveza entre los dedos. Se quedaba como ausente. Mirando hacia la nada. Fumaba un cigarro de grifa. Y cuando te acercabas, te decía:

- No veas. Estar ahora allí, con mi grifita y una morita para follármela. No veas, chaval.

Añoraba los años en la Legión y mantenía un cierto aire legionario. Una mirada torva y huidiza. Un gesto duro en la comisura de los labios. Unas larguísimas patillas y un bigotito muy recortado y pulido. La gente ni le apreciaba ni le odiaba. Le saludaba y poco más. Un día alguien contó que había forzado a la Leo, una muchacha del barrio. Parece que una noche, al volver de la academia, él la esperó, se la echó encima y, allí mismo, en el descampado, el Chundarata la violó. Tenía la muchacha 14 años.

Ella no contó nada. Pero, yo no sé cómo, el barrio entero supo lo que había pasado. Pepe una tarde, se encaró con el legionario:

- Tú eres un hijo de puta, ¿sabes?.

El Chundarata lo miró, lanzó un escupitajo al suelo y siguió fumando su cigarro de grifa.

Nunca supimos quién le dijo al padre de la muchacha que había sido el antiguo legionario quien había violado a su hija. Había jurado que mataría al que lo había hecho.

Yo no lo vi. pero me lo contó Ángel. Vivía en la misma calle y vio como el hombre salió de casa con una escopeta de caza. Dentro, se oía llorar a la mujer. Era de noche. Se apostó muy cerca del bar de Eleuterio, donde paraba el Chundarata. Dice Ángel que esperó horas y horas.

El Chundarata salió por fin del bar. Alguien debía haberle advertido que le estaban esperando. Se quedó quieto y, luego, gritó.

- Eh! ¿Qué pasa? Sal de ahí.

El padre de la chica salió a la luz. Se plantó en medio de la calle y dijo:

- Vengo a por ti, si es verdad lo que me han dicho.

- ¿Qué te han dicho? ¿Que me he tirado a tu hija? ¿Y qué?

- Mira que me pierdes, pero te mato. Te mato.

- No tienes tú cojones para disparar, cabrón. Si por tirarme a tu hija me vas a matar, no sé que tendría que hacer medio barrio -se volvió con gesto teatral hacia donde adivinaba que estaban los vecinos escuchando-. Porque yo me he tirado a medio barrio. Hijas y madres. Que tengo yo mucha polla para tanta puta.

El legionario se echó las manos a los cojones y se los sacudió en un gesto de desafío. El primer disparo se llevó por delante la mano y todo el aparato genital del Chundarata.

- Pero ¿qué has hecho? -preguntó incrédulo, mirándose asombrado el muñón sanguinolento.

Sonó otro disparo. Pero no le dio.

- No dispares. No dispares, por favor... -la voz del legionario sonaba patética en la noche. Todo el desprecio, la gallardía de sus palabras anteriores habían quedado sepultadas bajo toneladas de miedo. Cayó de rodillas sobre la tierra-. No dispares.

Se oyó cargar la escopeta con un golpe seco. Luego, dos disparos más retumbaron en las paredes blancas. El legionario tenía un enorme boquete en el pecho. Se derrumbó despacio, sin pronunciar ni una palabra más. El hombre se acercó un momento al cadáver. Se santiguó y se dio la vuelta. Como si se dirigiese a todos los habitantes del barrio dijo sin levantar mucho la voz:

- Aquí no ha pasado nada ni nadie ha visto nada, ¿estamos? Y se marchó calle abajo.

La policía dijo que debía de ser un ajuste de cuentas entre camellos. La Leo tuvo un niño rubiajo y esmirriado que decían que era el vivo retrato del muerto. El niño murió a los pocos días.

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Imagen: Obra de la pintora Rosa Salinero Rojas (Vitoria / Ciudad Real)