“Mi querida mujer” de Alberto Crespo del Hoyo

01.03.2021

Reconozco que aquella noche no esperaba nada. Iba siguiendo mi camino, como tantas otras noches, del trabajo a casa y viceversa, intentando desintoxicarme del cada vez más insano ambiente del despacho, una aburrida gestoría como ya te he contado.

Ayer tenía tiempo, así que al girar la esquina decidí (o quizá fue algún dios compasivo el que guió mis pies) entrar en ese bar:

- Buenas noches- saludé al camarero tras la barra.

Este me devolvió la cálida y compasiva sonrisa de quien entiende todo lo que te pasa con solo mirarte.

No hace falta que te de detalles del anodino garito, pues tú estabas allí, sentada en la esquina más alejada. Tu mirada cristalina estaba fija en las baldosas del suelo.

Enseguida observé tu cuerpo perfecto, como moldeado por la mano de un Fidias contemporáneo. La fea luz blanquecina del techo arrancaba reflejos difusos en tu piel y en tus zapatos rojos.

Tus manos, que sostenían un cartelito con el nombre del bar, transmitían calma, aquello que a mí me falta. Enseguida me acerque a ti y acaricie tu maravilloso pelo rubio platino, a lo que no te opusiste. Acaricie discretamente tu mentón, digo discretamente porque tenía miedo de que el camarero me echara....
No pude soportar la idea de un día más sin ti: Me había enamorado perdidamente, de tu serenidad, de tus rasgos perfectos...me declaré dispuesto a todo con tal de tenerte.

Sin dudarlo un segundo, te cogí de la cintura y como pude cargué contigo hasta la salida, aprovechando que el camarero había desaparecido en la cocina.
La gente me miraba raro por la calle, incluso en el portal algún vecino...Te sostuve sobre mí en precario equilibrio, mientras buscaba nerviosamente las llaves de casa.

Te senté en el sofá ¡qué bonita estabas!

Soy feliz contigo mi querida muñeca de maniquí.