"Más allá del deber" de Almudena Gracia Castro

27.10.2020

La vida siempre le había arrebatado lo que más amaba: primero, a su padre, a quien no llegó a conocer y, poco después, a su madre. Una fotografía y una cadena de oro, que envolvía como una segunda piel, eran su herencia más preciada.

Nunca había tenido un hogar y las primeras caricias se perdían en el tiempo. Orfanatos y familias de acogida marcaron su infancia. Jamás sufrió abusos ni malos tratos, sin embargo, no llegó a sentirse querido o mimado como los demás niños.

La falta de amor y la indiferencia le hicieron más fuerte y aprendió a no mostrar sus sentimientos. Decidió que el sentido del deber y la responsabilidad marcarían su vida.
¡Qué lejano quedaba todo aquello! El niño frágil e inseguro se había convertido en un hombre recto y decidido, alguien en quien los demás confiaban y, al mismo tiempo, temían. Se sentía realmente afortunado, tenía un trabajo que le apasionaba: mayordomo del que ahora consideraba su hogar.

Habían pasado algunos años aunque no había perdido la ilusión del primer día. Y, sobre todo, servir a alguien a quien respetaba y admiraba profundamente lo llenaba de orgullo. Desde las primeras luces del alba hasta el anochecer se entregaba sin descanso a sus tareas y no dejaba nada a la improvisación. Vivía con intensidad cada minuto y se preocupaba de que todo estuviera perfecto.

Comenzaba el día recorriendo las estancias. Como si de un rompecabezas se tratara se aseguraba que no faltara ninguna pieza. Una vez que comprobaba que todo estaba en orden, ajustaba los relojes que, algo viejos y cansados, en vez de dar la hora parecía que gemían. A continuación, se ocupaba personalmente de despertar al señor. Entraba en sus aposentos y descorría las cortinas mientras el sol bañaba su rostro.

- "¿Podrías enviar esta carta, por favor?", le preguntó al mayordomo.

- "Por supuesto, señor". En cuanto se quedó a solas le echó un vistazo. Iba dirigida a una mujer. La abrió, la leyó y en un impulso irrefrenable la lanzó al fuego. Mientras las llamas devoraban el papel y las últimas palabras luchaban por sobrevivir aún se podía leer: "Queridísima Clara..."