"Marzo" de Antonio Albalá Mata

10.06.2022

Cualquier vagón del metro de Madrid, a las ocho de la mañana de un día laborable, suele ir atestado de personas. Estudiantes, trabajadores, algún rezagado nocturno que regresa a casa. En todos ellos, la impersonalidad es la nota común. Pese a ir hacinados, las personas desconectan sin interacción entre ellas. Miradas perdidas y huidizas, gafas de sol que promuevan el anonimato, auriculares para alejarse de la realidad, libros o revistas para ojear u hojear. Cualquier mecanismo es útil para dejarse llevar por la comodidad de la rutina, evadirse de los problemas y vivir en modo automático, abstraído de la realidad. Siempre caen en los mismos errores, se ponen tantas corazas de protección, para no sufrir, que acaban convertidos en unos infelices por no haber decidido nunca tomar la iniciativa con un primer paso.

Un soplo de aire contaminado se colaba cada vez que las puertas se abrían para apear y subir pasajeros, por ese orden. Una grabación enlatada, impersonal, anuncia el itinerario: «Próxima estación, Atocha Renfe». Los pasajeros se colocan estratégicamente en el interior del vagón para salir antes de que entren los que esperan en el andén. Una vez en el exterior, tras exhalar de alivio, se pierden por los laberínticos pasillos hacia la salida.

Luis hace cada día un recorrido de cincuenta y cinco minutos en el suburbano para visitar la tumba de su amada Elisa; ella murió como consecuencia de un contagio en la última pandemia. Él quedó con secuelas que no ha podido superar.

Cati recorre a diario cuarenta minutos, bajo tierra, para limpiar casas.

Antonio realiza un trayecto cercano a los treinta minutos para ir a clase.

Susana vuelve de la oficina, cada día, pasadas las siete de la tarde. Hace un transbordo para continuar veinte minutos mas y llegar a la estación más cercana a su casa; después le quedan diez minutos caminando hasta lograr abrir la puerta de su hogar.

Fernando no suele coger el metro. Una avería inesperada en su coche ha hecho que lleve cinco días viajando por el subsuelo.

Jacobo viaja con su amigo Ariel, le acompañan dos guitarras y un amplificador de segunda mano, comprado en una tienda de su barrio. Hacen felices a la gente por unas monedas, no tantas como para comer de una forma decente.

Ninguno se conoce entre sí, aunque muchos coinciden a diario en la misma línea, los mismos tramos horarios y comienzan a familiarizarse con sus rostros.

Después estoy yo: cada mañana paso de la estación de cercanías hacia la línea 1 del metropolitano, la azul. Muchos años he repetido el mismo trayecto, ya no viajo físicamente, mi espíritu se quedó atrapado en este lugar. Observo a gente anónima que va de aquí para allá, siempre con prisas. La vida continúa en este lugar y decidí quedarme en él. Aún espero volverte a ver.

Después de tantos años no he logrado hacerlo y sueño con ello cada día. Hoy, de nuevo, es ese mismo día de marzo, cada vez hay menos homenajes. Antes, muchas personas se paraban a mirar los mensajes, los nombres en el cilindro de cristal que colocaron como monumento homenaje a nosotros.

Vi tu nombre en él y decidí quedarme, sin perder la esperanza de volver a verte y entregarte el mensaje que no tuve las agallas de darte la última vez que te vi. Mi espíritu vaga por este lugar esperando al tuyo, tanto trasiego me hace tener esperanzas; por el contrario, al llegar la noche solo puedo contar con aquellos que también quedaron aquí con alguna deuda pendiente.

Cualquier vagón a una hora punta suele ir atestado de gente. Me arrepiento de tanta impersonalidad, de no haber interaccionado, de esas miradas perdidas. Algún día te entregaré este mensaje que guardo para ti.

••••••••••
Imagen: Obra de la pintora Edurne Gorrotxategi (Getxo, Bizkaia)