"Martha" de Silvia Carùs

17.10.2021

El bar "Corsario" estaba situado en un lugar tranquilo entre los hoteles y la parte más moderna del casco antiguo de Madrid. Por norma, era frecuentado por hombres y rara vez, alguna que otra mujer ponía sus pies dentro.

Martha entro en el bar con aire decidido y pasos firmes. Se sentó en uno de los taburetes altos que quedaban justo enfrente de la barra. Y pidió un whisky con soda; bajó la cabeza, mientras se sentía observada por la cantidad de hombres que la miraban embobados.

A través del gran espejo colocado en la pared de enfrente, podía ver cómo aquellos hombres que se encontraban en la sala procuraban convencerla, con miradas insistentes, atrevidos y llenos de promesas, a entregarse a experiencias agradables que sólo ellos podían proporcionarle. Aunque muchos la miraban con insistencia, ninguno se atrevía a aproximarse a ella.

Martha sabía que los hombres la consideraban atractiva porque, aunque no fuese especialmente bonita, sabía bien cómo adornarse con mucha destreza con aquellos vestidos baratos que su sueldo la permitían comprar. Sus piernas eran largas y elegantes, sus caderas altas y sus pechos firmes. Tenía su cabello por la altura de los hombros con bonitas ondas en tonos ocre que le realzaba, si cabe, un poco más sus suaves facciones faciales.

Martha una vez estuvo realmente enamorada, y esa desastrosa experiencia le había proporcionado, una visión de los hombres que, de otro modo nunca hubiera adquirido.

Martha sentía que no quería cambiar el ambiente animado del "Corsario" por la soledad de su cuarto. A pesar, de que ya pasaba de la medianoche. Así que, miró a su alrededor con osadía y por primera vez desafió a un desconocido sin bajar sus ojos ante la mirada atractiva que él le dirigía.

Martha se estremeció de placer cuando sintió el contacto de la rodilla de aquel hombre que, a través del espejo había estado observándola desde que había entrado por la puerta.

El hombre con una simpatía innata consiguió atraer su atención y entablar una conversación animada con ella.

Unas horas más tarde, de manos dadas, abandonaron el local en dirección a la casa del desconocido. Por el camino, Martha pudo comprobar que efectivamente el hombre que llevaba a su lado era todo un caballero y estaba segura de que no la iría a defraudar.

Después de entrar en la casa del joven, él encendió la luz, se quitó la chaqueta y se sentó junto a ella.

Martha se levantó del sofá, donde su acompañante todavía permanecía sentado observándola ensimismado. Y se sentó en el suelo, frente a él, sonrió satisfecha y comenzó a quitarse las medias. Se subió la falda, desató las ligas de cinta y comenzó a enrollar una de las medias a lo largo de su pierna. El hombre miraba fascinado el movimiento de sus manos, de sus brazos. La sonrisa ansiosa que le invadía el rostro, la inclinación infantil de la cabeza, los movimientos graciosos de su cuerpo.
Y le preguntó con excitación:

- ¿Se sienta siempre así para quitarse las medias?

Sin responder, Martha comenzó a quitarse la otra media, sin prisa.

El hombre continuó:

- ¿Alguien la vio ya hacer eso..., quiero decir como está haciendo ahora? Yo nunca vi a nadie hacer una cosa así. ¡Es como si...no sé bien!

Martha lo miró sorprendida. Después de eso, el desconocido no volvió a ver el rostro de la muchacha, durante mucho tiempo, pero le pareció haber descubierto, durante aquel breve instante, una sonrisa de suprema felicidad que le iluminaba toda su alma.

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)