"La tormenta" de Isa Hdez

01.05.2022

Abril sabía a primavera, fragancia de flores y cielos azules; el canto de los pájaros en las mañanas soleadas la envolvían en su ensoñación. Por ello no quería ni mirar por la lumbrera, opaca de la humedad y el vaho, esa tarde tan desapacible, y, ni por asomo esperaba aquel ruido atronador que hacía temblar la casona de la entrada del bosque. La infernal ventolera abrió de golpe una de las cristaleras laterales de la ventana verde cuadriculada, y, mientras empujaba con fuerza descomunal para cerrarla se apagó la luz y todo a su alrededor quedó en penumbra. Pudo entrever los árboles en el vaivén provocado por el vendaval que casi rozaban el suelo. Los relámpagos iluminaban la estancia y se exacerbaba la luminiscencia a medida que se adentraba la oscuridad del anochecer. Sintió un escalofrío en todo su cuerpo cuando se quedó a oscuras, temblaba y, casi a tientas buscó una vela medio gastada, la puso en la palmatoria y la encendió, pero ello no logró aminorar el miedo que la invadió. Su perfil iluminado a la luz pálida de la vela parecía un poema triste; dos lágrimas rodaban por los surcos de sus mejillas aterciopeladas, como ríos salados que acabarían en su boca entreabierta y trémula, como si sus labios quisieran pronunciar su nombre. Necesitaba llamarlo y decirle que lo quería, que siempre lo querría, pero su orgullo se lo impedía. Se habían despedido para siempre la noche anterior, se juraron no saber más el uno del otro, tal si la tormenta interior se pudiera sosegar de un día para otro. La luz regresó y la tronada se alejaba, como si se apaciguara la tormenta. El corazón le reverberaba, los ojos no los podía abrir más y la cara le cambió como si un rayo de luz irradiara su figura en la inmensa sala. El sonido de teléfono le insufló un atisbo de sosiego, ilusión y esperanza.


••••••••••

Imagen: Obra de la pintora Edurne Gorrotxategi