"La parada" de Jorge Zarco Rodríguez

30.10.2020

El sol brillaba en todo lo alto y los termómetros marcaban cuarenta y dos torturantes grados centígrados de temperatura ambiente, amenazando con derretir el asfalto bajo las aceleradas pisadas de los peatones, en la zona de las universidades. El sendero central podía estar arbolado en su paseo, y se podría respirar a la sombra una ligera brisa, pero caminar a pleno sol más de cinco minutos era poco menos que un suicidio.

Isabel llegó a la parada del bus casi ahogándose -y quemándose de paso- tras la salida de aquella conferencia que había logrado desconcertarla por su exposición nada complaciente de una temática cuya tesis era su futuro trabajo obligatorio de fin de carrera: La brutal represión por parte del clero inquisidor; medieval y renacentista, de los cultos paganos y sobre todo de las llamadas... brujas.

Isabel revisó el horario de autobuses y comprobó aliviada que todavía faltaban unos minutos para que el suyo hiciese acto de presencia. Quería largarse de allí cuanto antes y poder alejarse de aquel pestilente calor que la impedía respirar con normalidad. Pestañeó nerviosa para asegurarse de que ningún autobús pasaba a traición, abandonándola a su suerte en su parada solitaria y sin una miserable sombra a la que aferrarse. Porque ya quedaban lejos las zonas arboladas del campus universitario.

Su frente se llenó de perlas de sudor que no tardaron en volverse hilos de agua salada que amenazaban con deslizarse hasta sus ojos. Se quitó las gafas y tras meterlas en el bolsillo de su empapada camisa, su contorno de visión se volvió de inmediato borroso como el objetivo desenfocado de una cámara automática que pierde el punto de ajuste.

Inconvenientes de ser miope. Sacó de su bolso un paño húmedo para lentes y cristales y limpió con insistencia sus gafas graduadas. Utilizando al concluir el mismo paño, para limpiar el sudor de su frente y sus ojos. Total, no había nadie en los alrededores para recriminarla, antes de arrojar el paño al suelo.

Algo se movió veloz muy cerca de sus pies. Era una figura animal que correteaba por el asfalto ardiente, persiguiendo lo que parecía a simple vista un pedazo de pan. Isabel a pesar de su visión borrosa, supo distinguir la anatomía de una oscura paloma de colores blancos y grises que se mezclaban en su plumaje, mientras parpadeaba con sus centelleantes ojos rojos sin dejar de picotear con insistencia lo que en apariencia era solo un pedazo de pan...

E Isabel volvió a pestañear, frotándose los ojos, y finalmente distinguió mejor aquella forma viscosa, húmeda y redonda que el palomo aguijoneaba con insistencia fanatizada. Comprobó que sus lentes ya estaban limpias y las retornó a su rostro, ahogando un chillido de pánico:

El alado y cruel animal picoteaba con hambre atrasada lo que sin duda eran los restos de un globo ocular humano, arrancado de cuajo. Cuyos nervios colgaban obscenamente tras de sí, dejando un rastro de sangre por el suelo que brillaba por efecto del sol.

Una sombra pasó veloz arrollando a su paso a Isabel y dejando su cuerpo aplastado en el asfalto caliente. Era un autobús que había pasado de largo y cuyo conductor deseaba acabar lo antes posible con su horario, casi enajenado por el calor y el brillo del sol que entraba por la ventanilla.