"Juegos de palabras" de Miguel Ángel de la Calle Villagrán

27.10.2021

El calor del hogar: la cocina de leña con su horno, su placa, su depósito para el agua caliente, el fregadero, la mesa camilla, la radio... la Madre, quitando la mesa, fregando pucheros, barriendo la casa, lavando unos trapos.

¡Hala hijos, poned las manos! Y nosotros las colocábamos sobre su falda, sobre sus rodillas. Ella nos las iba tocando con su dedo índice, rotando en el sentido de las agujas del reloj y silabeando despacio: "Pin pin zarramacatín, pollo del hogar, pía por la sal, sal de muñeca, pía por la meca, meca de avellana, chuchurumé, hace nublado, quiere llover, yo tengo un hijo muy botijo, que sabe arar, rejacar, da la vuelta a la redonda, esa mano que se esconda."

Si te tocaba, ¡qué regocijo!, escondías la mano detrás de la espalda y madre comenzaba: "¡Saca esa manita! No, no que me la come la gatita, contestaba el afortunado. ¡Saca esa manaza!. No, no, que me la come la gataza. ¡Sácala por bien!. No, no que la tengo llena de miel.. ¡Sácala por mal!. No, no que la tengo llena de sal. ¡Sácala, sácala que no te la comerán!. Sacaba entonces la mano el afortunado, Madre se la agarraba suavemente con su mano izquierda, le estiraba el brazo y con su mano derecha a modo de cuchillo iba recorriendo el brazo diciendo: Mi mamá me mandó a por carne y me dijo que no me la dieran ni de por aquí, ni de por aquí que es muy dura, ni de por aquí que tiene hueso, ni de por aquí. Y cuando ya estaba cerca del sobaco... de pronto gritaba: de por aquí, de por aquí, de por aquí... haciéndole cosquillas al afortunado en la axila con los dedos. Las risas y la algarabía eran tremendas.

Otras veces nos contaba el de Juanito y los ladrones. Decía así:

Mañana es domingo de pipiripingo, se casa juanito con un pajarito, se sube a la torre, están los ladrones comiendo piñones, les pide unos pocos, no se los quieren dar, les agarra del moño y les hace bailaaaaaar.... Aquí nos ponía la mano sobre la cabeza y nos la movía en sentido circular para nuestro regocijo.

Tampoco faltaban en aquel hogar diversos trabalenguas, que la memoria mantiene imborrables como un hilo umbilical, caliente, tierno, amoroso. Y así estaban la tabla descarabincunquilada imposible de imaginar, el cielo enladrillado que nos imaginábamos como un montón de nubes superpuestas unas sobre otras. Para la de los tres tristes tigres que comían trigo en un trigal, recurríamos a los gatos de la abuela, eso sí, aumentados de tamaño.

El hogar se extendía a las calles, al frontón, a la escuela, a los lavaderos, a la plaza. Allí el marro y el escondite eran los juegos preferidos. Para ver quién se la quedaba había distintas fórmulas graciosas. Una decía: Un gato se cayó a pozo, las tripas le hicieron gua, arre pito, pito, pa. El portador del pecho en el que acababa la última sílaba se libraba de quedársela.

Y así estaban el escondelite livite, livota..., el del plato de judías, el de mi papá tiene un cajón lleno de puntas, dime cuántas son. Si te tocaba a ti decir un número, calculabas para no quedártela tú. Todos servían para determinar quien buscaría a los escondidos.

Como un fantástico campo de juego, el pueblo se extendía hacia los bodones, los renacuajos, los grillos, las ranas, los nidos, las cabañas en la cuesta, las parvas, las pegueras, los trillos. Y llegaban las fiestas, los quintos, los húngaros, la rosquilla, la vendimia,, la cencerrada, la corta, la función, la música...

Aquella calles de barro, aquella plaza inclinada, cariñosa, cuna de sueños celosamente guardados, esperando que alguien desvele y revele aquella vida, aquella posguerra, aquellos sueños, aquella historia íntima que ya no está o que anda repartida por otras calles y otras plazas.

A veces sueño despierto, y a veces dormido sueño, con la plaza, con las calles, con el color de aquel pueblo. Si lo que dormido sueño, vuelvo a soñarlo despierto ¿Qué querrá decir el sueño?

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)