"Hasta el límite" de Maika Molina Molina

26.08.2022

Había dejado de importar el tiempo. Desde que se despertó tirado en el suelo entre un montón de gente que no conocía, en un lugar frío y oscuro y con una ropa que no era la suya, las horas habían desaparecido y los días no se sostenían en ningún calendario.

Como en un campo de concentración subterráneo, los hacían caminar por pasillos cementados bajo amenazas de quienes ocultaban sus rostros. Tres normas debían cumplir si no querían desaparecer. Caminar hasta escuchar basta, no hablar y comer.

Había visto llevarse a muchos tras recibir descargas eléctricas hasta perder el conocimiento, siendo sustituidos por otros, igual de sucios y malolientes y con el temor inyectado en los ojos. Ni siquiera cuando fingían dormir se atrevían a interactuar entre ellos, y es que la desesperación había llevado a más de uno a quitarse la vida a cabezazos contra los muros de cemento.

Los recuerdos comenzaban a disiparse, ahogados por las preguntas que desfilaban en la cabeza, queriendo saber qué pasó, qué estaba pasando y qué llegaría a pasar.

Se desconocía dónde tendrían a las mujeres y los niños, porque solo estaban hombres que se habían vuelto débiles y esmirriados a causa de ingerir una comida al día, compuesta de legumbres con carne que carecía de sal y buen gusto.

Algunas noches pescaba un pasado que comenzaba a hacer aguas, como tabla de salvación para no volverse loco. Su mujer, su hijo, su hogar. Ya no se preguntaba qué habría sido de ellos, para evitar la tortura emocional, sino que albergaba una semilla de esperanza de que estuviesen bien, mientras proyectaba en su imaginación sus sonrisas.

Caminar, comer, caminar, dormir, hasta aquel último cuenco metálico lleno de bazofia con la que los alimentaban, que le provocó un vómito desesperado y doloroso, empujándolo a decidir quitarse la vida.
En uno de los tragos, porque ni cucharas tenían, se le introdujo en la boca algo duro y lo escupió sobre su mano, descubriendo, bajo la tenue luz artificial que los alumbraba, que era una muela humana.

Un recuerdo explotó en su cabeza llevándolo a las puertas de la demencia. La muela tenía un empaste que él mismo había fotografiado, porque para su hijo había sido toda una aventura ir al dentista y que el empaste se pareciese a la silueta de una cabeza de unicornio.

Esa noche se desangró a base de cabezazos contra la pared, sin dejar de pensar a cuántas personas se había comido.

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Imagen: Obra del fotógrafo José Carlos Nievas (Córdoba / Murcia)