"Fe" de Raúl Clavero Blázquez

30.10.2020

- Ya soy mayor, papá. No quiero que me leas más cuentos.

- ¿Por qué? ¿No te gustan?

- Es que... es que son todos mentira.

- Hijo, por favor, sólo... sólo unas páginas.

El niño mira a su padre, y como si estuviera poseído por un precoz pragmatismo vital en el que la imaginación parece no tener espacio, niega con la cabeza, dibuja en sus labios una mueca de hastío y se da media vuelta en la cama.

- ¿Y el de Peter Pan?

El niño ya no responde. Simplemente bosteza y se sube la manta hasta taparse la cara por completo. Tras unos segundos, el padre cierra el libro, apaga la luz y sale del cuarto cabeceando, devastado por las palabras de su hijo.

- ¿Qué hicimos mal? -se lamenta el padre-. ¿Será por la televisión? ¿Por los videojuegos? ¿Cómo es posible? -piensa mientras recorre apesadumbrado el pasillo-. Si ya no tiene fe en los cuentos eso quiere decir que ya no cree ni en los duendes, ni en los magos, ni en los animales parlantes, ¿cómo es posible? -se pregunta al abrir la puerta de su dormitorio- ¡No cree en Cenicienta, ni en Supermán, ni en Santa Claus! ¿Cómo es posible? -clama, con desconcierto, subiendo la persiana de su habitación- ¿Cómo es posible? -solloza, gritando su lamento a la ciudad.

- ¿No recuerdas? -susurra una voz a su espalda-. Nosotros lo elegimos.

El padre se gira, sobre el marco de la puerta se recorta la silueta de su esposa. Busca en ella alguna respuesta.

- ¿Te arrepientes? -pregunta la mujer con un hilo de voz, caminando despacio hacia su marido, como si en cada paso hubiera de atravesar algún mar cubierto de anzuelos.

El hombre aún sostiene el libro en su mano derecha. Lo mira un instante. Acaricia su lomo, sus páginas. Siente ganas de llorar y lo arroja de pronto al otro extremo de su cuarto.

- Sí -admite finalmente-. Me arrepiento. Yo no quiero seguir viviendo en un mundo sin fantasía -afirma, deteniéndose con rabia en cada sílaba.

El padre abre entonces la ventana, asoma un pie y luego el otro a la cornisa. La mujer le ofrece sus manos, como en una plegaria, y avanza hacia él, pero antes de que pueda atraparlo, el hombre coge aire, toma impulso, y salta.

El niño ya duerme, y no despertará en varias horas, aunque su padre se acaba de lanzar al vacío. Cae el padre y sueña el niño. El padre cae.

Cae.

Cae.

Y ya roza con su cabeza las copas de los árboles cuando, de pronto, comienza a volar. En ese instante, de entre las sombras de la avenida surge una antigua voz tintineante: "Ven, vuelve conmigo", parece decir, perdiéndose por un callejón. El padre duda, hace un tirabuzón en el aire, mira la ventana de su casa y alza el brazo hacia su mujer, que lo observa con gesto suplicante. Piensa entonces el padre en tiempos pasados y mejores. Piensa el padre en que, quizá, después de tantos años, haya llegado ya el momento de regresar a Nunca Jamás.