"Ella" de Juan Fernando Ruiz Claver

01.03.2021

Cada mañana Ella se levanta cansada, dolorida, resignada para afrontar la dura rutina diaria.

Atrás queda otra larga noche de insomnio y sombras, de deseo y miedo, de fiebre y jarabes, de soledad y lágrimas, y, las menos, de profundo sueño.

Una motivación con arrítmicos latidos ejerce de motor incombustible.

El sol asoma, tiñendo de rosa las nubes de agua, cuando Ella tiene listo el desayuno y, apoyando la resaca sobre su brazo, escucha las noticias, con el volumen bajo y la oreja junto al altavoz para no despertar a su pequeño.

Sola, saborea pan tostado de ayer ungido con aceite, mientras añora una mano que acaricie su rostro agrietado por el frio, como antes.

Aquello no duró: alguna vieja camisa y unas fotos, son lo único que queda de lo que pudo ser y no fue; de lo que prometía ser historia de amor y se tornó en violenta y amarga pesadilla.

Injustamente, se mortifica: ni siquiera tuvo agallas aquel hombre para decidir; aquel que, repentinamente, pasó de fiel amigo a traidor y mentiroso; de tierno padre a lobo agresivo; de cariñoso amante a sádico violento y agresivo carcelero.

Soportó lo insoportable, sin escuchar consejos. Pero no tuvo fuerzas para más: primero gritos delante del pequeño, luego insultos y desprecios en reuniones de amigos, y finalmente, golpes con hedor a alcohol que marcaban moratones en su cuerpo y en su alma.

Las 7,35: suavemente, besa el rostro de su aún somnoliento hijo, mientras le susurra al oído el rutinario ceremonial del despertar entre bostezos: "buenos días, mi vida, hay que levantarse ya..." balbucea con ternura de madre.

Sabe que ese primer beso virginal, será, posiblemente, lo mejor que ha de pasarle en la mañana.

Resignada, elige un conjunto apropiado pero discreto, adecuado para no levantar en exceso la lujuriosa actitud de los clientes del pub. Los retoques finales del maquillaje esconden las cicatrices que el sufrimiento y el maltrato han tatuado a sangre en un rostro que no ha cumplido aún los cincuenta.

Llega al curro y traga: "...llegas cinco minutos tarde, como siempre..." es lo que escucha por saludo. Y tras esto, el encargado intransigente asesta sin pudor otro puyazo:

"... guapa, tengo la mesa del despacho hasta arriba de solicitudes de peña para tu puesto; no te atontes, que uno es bueno pero no imbécil... hoy paso, pero otro retraso, y no tendré más remedio que decírselo a la jefa..."

¡La jefa!, una estrafalaria insatisfecha e insensible, que decidió que fuera su compañero, y no ella, el idóneo para ocupar el puesto de encargado...solo porque mostró desde el principio su falta de escrúpulos para atender los favores que le reclama en ocasiones.

Toca soportar broncas y menosprecios cada día, y ceder a insinuarse ante la lasciva mirada de algunos asiduos de la barra.

- ¡Ábrete el escote! ¡Ya sabes que a los clientes les gusta alegrarse la vista con el café de la mañana! ¿O piensas que vienen por lo bien que te sale el "aguachirri" que les pones...?

Aguanta. Es dura; no le queda otra. Saca fuerzas de donde no las tiene para obtener los tan miserables como necesarios 800 euros más propinas, tragando como amarga quina, que el tirano compañero se embolse el doble, sin dar palo, por complaciente varón.

Y al llegar a casa, agotada, prepara con dulzura un mar caliente y azul con forma de bañera y espuma, en el que comparte felices momentos de amor con su pequeño; y es entonces, en ese preciso instante, cuando sabe que su lucha si tiene sentido; es entonces cuando está segura de que nada ni nadie agotará sus fuerzas; y de que ella, al igual que otras muchas "Ellas" similares, son la imagen imprescindible de la mujer libre, luchadora, tierna y sensible que dignifica al género humano en su esencia misma.