"El desafío del rey" de Pablo Francisco Rojas

08.11.2020

Respiraba con dificultad. El gran viaje al que fuera obligado a realizar por fin había finalizado. Se recostó sobre su costado derecho para evitar presionar sobre la herida de su pata trasera izquierda que aún sangraba, pero mantuvo erguida su cabeza. Lamió una vez más sobre la misma.

No podía ver nada a su alrededor, puesto que la cueva en que se encontraba estaba rodeada de palos unos junto a otros en toda su estructura, cubierta por cueros secos los cuales solo dejaban filtrar pequeños haces de luz a través de sus uniones cosidas con tendones engrasados y lianas vegetales que despedían un aroma muy familiar, olor a muerte.

Olisqueó el aire metódicamente, como siempre lo hacía, percibió de inmediato la hediondez de sus captores, esas bestias que ahora eran su enemigo, no porque compitieran con él por su territorio o comida, sino porque le habían quitado su tesoro más valioso, su libertad.

Su memoria fotográfica le trajo el recuerdo de su amada sabana, al norte de África, donde los había enfrentado recientemente. Vinieron a él en gran número, con palos con puntas como espinas y redes, de forma decidida lo habían rodeado dando alaridos iguales al de sus enemigas ancestrales las hienas, que lograron confundirlo, un error que nunca más cometería.

Jadeó inquieto y lleno de furia. Tenía hambre y sed. Su última comida había sido hacía ya tres días atrás. Devoró toda la carne que le habían arrojado, carne de animales cuyo sabor era amargo y putrefacto, pero bien sabía que tenía que cobrar fuerzas. La herida provocada en su captura era una desventaja para la pelea que seguramente llegaría.

Llegó también el aroma del miedo y la sangre fresca junto al sonido de una continua algarabía que indicaba distintas sensaciones. Era evidente que se encontraba en una guarida rodeado por una manada de aquellos seres. Se incorporó. Su instinto le advertía la inminencia de la contienda.

La cueva se movió una vez más y la algarabía fue subiendo de intensidad hasta llegar a ser casi ensordecedora. La cueva se detuvo. Se preparó. Algo estaba ocurriendo a su alrededor. No importaba lo que se presentara frente a él. Lucharía como lo había hecho durante toda su existencia, desde el mismo día en que nació, lucharía para sobrevivir, para imponerse a pesar de las adversidades; lucharía sencillamente porque entendía que era la única manera de alcanzar los triunfos en su existencia misma.
Por fin sucedió lo que ansiaba, la estructura dejo una claridad, un lugar donde escabullirse. Tensó los músculos y con toda su potencia dio un salto gigantesco.

Cuando sus patas se posaron en la arena, al levantar la mirada, se encontró frente a cincuenta mil bestias que vitoreaban y aullaban con la misma intención de sus captores, de amedrentarlo, pero esta vez no lo lograrían.

Era, sin saberlo, el primero de su especie en ser traído al Anfiteatro Flavio para las "venationes", en la inauguración del mismo. Su presencia representaba el poderío del Imperio Romano sobre hombres y bestias. El propio Emperador Tito lo observaba con total asombro.

Se irguió ceremoniosamente, sacudiendo hacia un lado y otro su magnifica melena, símbolo de su linaje. Su presencia indómita trajo el silencio de los seres que lo rodeaban. Respiró profundo. Con soberbia, y expresión inalterable, posó pausadamente su mirada fría en todos los que estaban presentes. Se oyeron gritos de asombro y horror, vio el temor en sus pupilas.

Sabía que tenía que mostrar todo su poderío, marcar su presencia. Tomó aire nuevamente, luego abrió sus enormes fauces exponiendo sus largos colmillos y finalmente lanzar a todos un largo y profundo rugido que llenó de estupor a la multitud. Su desafío.

Él estaba allí, no cedería, no dudaría, no les temería; les demostraría que los grandes no dudan, no temen, no se lamentan, no se esconden en sus heridas, sino que luchan contra todo y contra todos hasta el final.

Su destino, cualquiera fuera, no destruiría su esencia misma. Él los dominaría. Se apoderaría para siempre de sus mentes y corazones. Sus cachorros sentirían pavor con solo imaginarlo. Respetarían su estirpe. Era un león. Era un rey. Él era "su" rey.

Imagen: Obra de Rubi Rocío Rodríguez / Colombia