“El camino hacia Santiago el Menor” de Iratxe Elorriaga Urrutia

05.03.2021

No había amanecido aún cuando salimos del albergue en Sarria, nuestro punto de partida en el recorrido Sarria-Santiago de Compostela.

Llevaba años queriendo hacer un tramo del camino de Santiago pero no me atrevía a hacerlo sola y este año por fin, mis vacaciones de Semana Santa y las fechas de un viaje programado organizado y dirigido por el couch Santiago Aldekoa fueron la ocasión definitiva. Me apunté sin conocer a nadie del grupo, pero en cuanto nos presentamos hubo una buena conexión y un vinculo momentáneo. En total, ocho personas, una mochila llena de objetos y el temor de si podría hacer diariamente los 25 kms a 29 kms diarios, de miércoles a domingo.

Todas las mañanas comenzábamos juntos, pero conforme avanzábamos, el grupo se rompía y cada uno iba a su ritmo. Durante los tres primeros días, la lluvia nos acompañó sin darnos tregua. Todos los días caminaba kilómetros y kilómetros sola y a cada paso me iba adentrando en ese lugar de la memoria lleno de vivencias dolorosas que he llevado a cuestas como una mochila dolorosa.

En ese primer tramo del camino, revivía de nuevo aquellos duros momentos mientras las gotas de lluvia caían en mi cara mezcladas con las lágrimas que caían por las mejillas hasta la comisura de mis labios, agua salada sin control. No eran lágrimas de pena o dolor. El universo había entrado por fin dentro de mí arrastrando y expulsando esos resquicios que quedaban dentro de mi de todos estos años, resquicios no eliminados de angustia y soledad, A cada paso iba sintiendo cómo aligeraba ese peso de encima. No me daba cuenta de que esas lágrimas eran ahora de alegría, de paz, de serenidad. Vi el lado positivo de aquel abandono, No había sido solamente un acto de superación. Un revés en mi vida, de un día para otro, me llevó donde estaba ese día que comencé la ruta. El camino me hizo mirar todos esos episodios de mi vida de otra manera.

He viajado sola, he conocido gente maravillosa, personas que me han abierto sus puertas de casa para pasar unos días sin ni siquiera conocerme, gente maravillosa que aunque, no están en tu día a día, sabes que están ahí, una segunda familia que tengo y que todos y cada uno de ellos tienen cabida en mi corazón; se han unido a mis amigas de toda la vida, las de todos los días o las de vez en cuando, amigas de corazón, compañeros de trabajo,,, Todos han recorrido parte de mi camino.

Sólo cuando estaba exhausta y creía que ya no podía más para llegar al albergue, sacaba el móvil con mis manos mojadas, apretaba el botón central inferior del móvil y salían las caras de mis hijos. Las fuerzas me renacían y me arrancaban una sonrisa aunque que las lágrimas volvían a caer, lágrimas de felicidad, porque ellos son el eje de mi vida.

También me acompañó mi difunto padre todos los días y creo recordar que fue el tercer día cuando, mirando al cielo, me paré y le dije: aita, si me estás viendo y estás ahí, haz que pare la lluvia, estoy exhausta. No sé si pasaron 5 o 10 minutos, la lluvia cesó durante un pequeño tramo. Sonreí. Estaba ahí. El me confirmaba que era capaz de mi, que tenía que quererme más y querer a los demás tal y como son.

En la última etapa, entré con Julen en Santiago sin darnos cuenta. Íbamos bajando la cuesta que lleva a la plaza del Obradoiro y el ansia de llegar a destino era latente. El corazón me latía con fuerza y la emoción que sentí al oír el sonido de una gaita gallega en un pequeño túnel antes de llegar a la plaza es difícil de explicar; sólo los peregrinos lo sienten. Al llegar al km 0 de la plaza, las lágrimas y los abrazos se vuelven uno.

Una vez dentro de la catedral, rodeada por el purificante olor del botafumeiro, no le pedí nada a Santiago. En ese momento era feliz, sentía paz y alegría dentro de mí, estaba radiante e incluso me atrevería a decir que emanaba luz, era pura energía.