"El arca de las mariposas" de Sandra Ivette Lebrón Martínez

16.10.2021

Atravesar el portón era cruzar a otra dimensión. Los ruidos y olores de la ciudad desaparecían. Alguien lo había llamado un "absurdo urbano", pero cuando Amelia entraba sentía que trascendía su espacio mientras caminaba entre árboles, flores y mariposas.

Sintió la covacha más espaciosa. Las cajas de madera que encontró en el basurero del mercado habían sido muy útiles. Ya los vegetales no las necesitaban, pero los guantes, herramientas y atomizadores lo agradecían profundamente. Contempló su imagen en el espejito del locker. Ya las canas eran rebeldes al tinte y sonrió. Se colocó el sombrero de petate y empujó el carrito de útiles rumbo al redondel.

Había trabajado en el mariposario por diez años... desde el día que Lucy partió.

Diariamente revisaba las plantas de algodoncillo, naranjo y parcha en busca de huevecillos y larvas. Cuidadosamente los colocaba en frascos de vidrio para llevarlos al cuarto de cría donde ponía hojas frescas como alimento para la transición de larva a pupa. En muchas ocasiones descubrió más de una pupa madura. Las trasladaba a la sala de exhibición donde el poco público visitante podía presenciar el momento en que una nueva mariposa arribaba.

Andaba muy atareada cuando observó visitantes particulares. Ataviados de camisa, corbata, teléfonos celulares y clipboards, tomaban notas y murmuraban. Se preguntó qué buscaban, pero no esperaba de ninguno la deferencia de informarle a la cuidadora el por qué de su visita. De manera que se acercó y preguntó. Luego de una mirada inquisidora, el supervisor indicó que se realizaría una fumigación agresiva para erradicar los criaderos de mosquitos que causaban un peligroso brote de dengue. Era una orden municipal que impactaría a toda la ciudad. El mariposario no era la excepción.
Se mantuvo ecuánime mientras argumentaba que dentro del mariposario, se manejaba el asunto de los mosquitos utilizando insecticidas orgánicos que ella misma preparaba con ingredientes caseros. Una carcajada se escuchó entre el grupo. Ella respiró profundo. Preguntó cuándo se llevaría a cabo la fumigación ordenada. Sería esa misma tarde.

Al mediodía, Amelia manoseaba su almuerzo. Su mente agolpaba los recuerdos. Ese día vio la marcha por la televisión. Partieron del parque urbano y se dirigían a las oficinas centrales de calidad ambiental. Cientos de estudiantes y otros ciudadanos tomaron las calles principales de la ciudad para protestar contra los recortes presupuestarios a proyectos de protección ambiental. Y allí, entre esos estudiantes, estaba su Lucy. Le rogó que no asistiera, pero su hija le ripostó indicándole que protegería el mariposario que había levantado con sacrificio para alcanzar su grado académico. No desistiría de horas de investigación, búsqueda de auspicios, desvelos y lágrimas. Lucy era terca. Se unió de inmediato al movimiento cuando el auspiciador principal decidió retirarse para dar paso al establecimiento de un elegante bar en el mismo predio.

Los manifestantes se sublevaron. La policía municipal intentó controlarlos y una bala se liberó. Lucy murió muy cerca del punto de llegada. Superado el caos, el ayuntamiento propuso sustentar el mariposario para evitar la demanda en su contra. Nada devolvería la vida de su hija, pero el mariposario sobrevivió. Amelia cuidaba de las mariposas mientras que algún funcionario municipal realizaba el papeleo.

La primera vez habían intentado destruirlo quitándole el oxígeno económico, esta vez, lo harían con pesticidas. Acabarían no solo con las mariposas, sino con cada minuto de lucha, esfuerzo y dedicación de Lucy. Amelia no podía permitirlo.

Corrió a la covacha. Desalojó las cajas de madera y el carrito de útiles. Con premura recogió los envases con huevecillos y larvas. De la sala de exhibición, extrajo varios tiestos donde se habían depositado las crisálidas a punto de eclosionar.

Recolectada su provisión se dirigió a la salida. Un guardia municipal se apostó frente a ella cerrándole el paso. Amelia, se irguió y lo miró fijamente. Ambos conocían la historia. Hizo un movimiento para adelantar. El guardia extendió el brazo para detenerla, cuando varias mariposas se posaron delicadamente sobre su uniforme. Amelia esperó. El hombre permaneció inmóvil mientras las mariposas lo cubrían. Una lágrima surcó su rostro, mientras Amelia intentaba salvar el arca antes del diluvio.

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)