"Efímero" de José L. Guerrero Carnicero

07.07.2021

El único testigo de su deambular errático era una imponente luna llena consciente de su efímero esplendor, ya que en apenas unas horas tendría que recoger sus plateados rayos y dar paso a los del sol que librarían del anonimato los rincones más oscuros de la calle. Él prefería la luz tenue que le procuraba la sensación de poder mantener ocultos los rincones más oscuros de su alma. El sentimiento de culpa estaba atrapado en el laberinto de sus reproches, provocados por el recuerdo de aquella mirada cargada de decepción de la única mujer a la que amó. Ya nunca podría mantener esa otra mirada, febril y enrojecida, de un destino que jamás sería amable con él.

Su vagar errabundo le llevó fuera de la ciudad y, sin saber cómo, se encontró con un enorme y desconocido acantilado. Al pisar el borde se desprendieron algunos guijarros a los que dejó de ver antes de que llegasen al suelo. La sensación de altura física era tal que al mirar a la luna pensó que podría contarle cara a cara los problemas que le habían convertido en un pertinaz noctámbulo. Después, miró sus pies y la sensación de que dar un paso sería el fin de todas sus cuitas se apoderó de todo su ser.

El trino de los pájaros le hizo darse cuenta de que había llegado la hora de cambiar de señor en la cúpula del cielo. Una bola de fuego asomaba por el horizonte tiñendo las aguas de rojo.
El viento le impedía mantener los ojos abiertos, pero en su cuerpo podía percibir el nuevo amanecer. Apartó de su mente todos los problemas y decidió disfrutar del milagro de la naturaleza lo que le quedaba de vida. Ya no podía ser mucho, porque hacía un buen rato que había dado un paso al frente.

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(Imagen: Obra con lápices de color de Ciro Marra (Italia, Roma / Barcelona)