"Daño controlado" de Mariana del Rosal

26.08.2022

La clave es llegar a las capas más profundas. Si nos quedamos en la epidermis, las marcas no solo serán más dolorosas sino que además durarán mucho menos. Hasta un estudiante de primer año sabe que la epidermis es la única capa que se regenera por completo. Lo máximo que podremos lograr será una cicatriz pasajera con forma curiosa y no queremos esto. A mí, en lo personal, me daría vergüenza, lo sentiría como un fracaso. No tenemos la oportunidad de hacer borrón y cuenta nueva. Además, solo los principiantes se quedan en la epidermis por miedo al dolor. Paradójicamente, es donde más duele y por más tiempo. No. Buscamos penetrar con los instrumentos, llegar a la capa de grasa que está debajo de la dermis, claro que sin llegar a provocar por osadía una lesión muscular permanente. La temperatura también debe ser la adecuada. Ni vale la pena intentarlo a menos de 70º C, cuando necesitaremos un tiempo de exposición que seguro termina arruinando el diseño (incluso a los causticantes experimentados puede fallarles el pulso). Tampoco debemos sobrecalentar el instrumental. Se trata de conseguir los 85º precisos que, a la profundidad adecuada, generen el efecto buscado controlando los riesgos (que existen, sin duda, como cualquiera que decide someterse a este procedimiento lo sabe).

Lo siguiente es elegir bien el lugar de la cáustica. Evitar manos, pies, rostro, axilas, genitales, o la zona detrás de la rodilla, al menos las primeras tres o cuatro exposiciones a las que se someta nuestro cliente. Y, de querer incursionar en estas partes delicadas de la anatomía, recomendarle no escatimar en gastos y que siempre recurra a un causticante con no menos de cinco años de experiencia, matriculado, y con el seguro al día. Aún así, más de uno se ha arrepentido al generar, no un efecto estético, sino una malformación permanente, así que, yo que usted, lo pensaría dos veces.

El diseño, a fin de cuentas, termina siendo lo de menos. Los hay abstractos y concretos, los hay más burdos y más refinados (todos habremos visto los trabajos más exquisitos sobre la espalda de ese japonés que viaja por el mundo para mostrarse). Pero es la sensación, no la marca, lo que los futuros causticados vienen a buscar. El proceso es más importante que el resultado. Aunque sí, claro, después lucen. ¿Verdad que son especiales? Las cáusticas bien logradas no solamente convierten al mayor órgano humano en un lienzo, sino que son huellas permanentes, íntimas, personales. Por eso, permítame que le dé un último consejo al respecto: no debemos andar preguntando a los clientes por qué eligen tal o cual motivo ni tal o cual sector de su piel para hacérselo causticar. La experiencia me dice que ellos solos terminan hablando, muchas veces entre gritos de agonía, haciendo catarsis, el dolor real de la piel calcinada extrayendo de sus gargantas la confesión de una carga que llevaban a cuestas sin que ellos lo supieran.

Esa es nuestra verdadera función. Causamos dolor, para aliviar el sufrimiento.

Cualquiera que haya incursionado con éxito en el mundo de las cáusticas, téngalo por seguro, no se conformará con una sola. Y quienes nos dedicamos a esto no podemos más que darles el gusto: no es un hobby, no es una profesión tampoco. Es un arte, un estilo de vida. Uno se acostumbra a los guantes de aislamiento para manipular los metales, a los vapores de los jugos corporales, al daño controlado, al dulce olor de la carne humana achicharrándose bajo nuestros instrumentos.

Después de un tiempo, ya no se puede prescindir de ellos.

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Imagen: Obra del fotógrafo José Carlos Nievas (Córdoba / Murcia)