"Como si nada" de Maite Beristain Castro

12.09.2022

George entró acelerado en el chalé con pasos decididos y firmes. Como un fulgor rosáceo fue directo al jardín. Se colocó en el borde de la piscina con el torso inclinado hacia adelante. Los hilos de sol blanco se reflejaban en el agua mecidos por el avance de un cuerpo que se deslizaba con brazadas acompasadas y lentas en un hipnótico chapoteo. El nadador vestía un slip blanco que no le pertenecía y su melena negra oscilaba a la altura de los omóplatos mientras buceaba. Al sacar la cabeza del agua la zarandeó varias veces al aire con los ojos cerrados.

«El cuerpo del delito», pensó George. El sol de mediodía alargaba su abatida figura, como si estuviera rezando el Ángelus. Deseaba que aquel cuerpo fuera una alucinación provocada por el efecto del sol en el agua. Pero no. Cerró los puños para contenerse, para no montar una escena que Pierre no consentiría. El aroma intenso a pino y uva madura del bosque entraba en cada respiración como una mecha encendida que le quemaba por dentro.

El nadador abrió los ojos y protegiéndolos con la mano a modo de visera, vislumbró a George como si fuera una aparición divina. No conocía a aquel hombre de americana rosada pero sabía quién era. Sabía que era él por las fotos de la biblioteca. Con un impulso de atleta sacó su cuerpo del agua. Cogió una toalla blanca con el nombre Pierre Bernard bordado en azul marino y se secó el pecho y las axilas depiladas con movimientos circulares, acariciándose. Después desenredó la melena empapada con los dedos y la peinó hacia atrás. La piel se erizó y los pezones se tintaron de rojo burdeos mientras se recostaba en la hamaca que utilizaba George, exhibiendo su dorada musculatura como una provocación.

No apartaba la mirada del nadador. No podía. Clavado en el borde de la piscina, había más oscuridad en sus ojos que en su sombra. La brisa zarandeaba el flequillo rubio, casi ajado. Ajado, así se sentía George frente al moreno y hercúleo nadador.

Desde el ventanal del salón, Pierre observaba el tenso y silencioso duelo entre los dos hombres confinados en ese vergel mediterráneo. Era su lucha. Aunque fuera él quien los había enviado a la arena. Arqueaba la ceja por el puro placer que le producía verlos enfrentados. Se divertía como un César a punto de girar el pulgar hacia abajo.

George presentía su derrota. Él también fue un nadador clandestino en el pasado, un capricho de Pierre. Mantenía en su mirada fruncida el brillo de un pensamiento envenenado, agrio.

Llegaría un día en que el bañador no se ajustaría al cuerpo del nadador y ¿entonces? Pierre se encapricharía de otro. El circulo vicioso.

Así, George desertó sobre sus pasos hacia la casa, con la cabeza alta pero el paso arrastrado de haber transitado la experiencia. Se detuvo a la altura de Pierre. Se miraron. Retándose. Ambos sabían lo que había. Los reproches no servían de nada. «El cambio es la única constante, querido» susurró Pierre recitando a Heráclito en un tono arrogante.

George subió las escaleras al ritmo que marcaba el roce de las suelas de los mocasines sobre la madera. Pierre hubiera querido desaparecer para evitar el incómodo momento. El disgusto duraría lo que George tardara en hacer la maleta y en despedirse con ingratas e hirientes palabras. Acabaría pronto. Pierre volvería junto a su nuevo novio, se darían un casto beso y entrecruzarían sus manos como en una especie de compromiso. Descorcharían una botella de Veuve Clicquot y brindarían como si nada. Era cuestión de tiempo, una horita corta. Mientras pensaba eso, Pierre ajustó sus gafas de aumento. Contemplaba ensimismado el escultural cuerpo del nadador hecho carne. Enseguida escuchó unos pasos felinos por detrás. George rozó su brazo cuando se dirigía descalzo a la piscina con una toalla al hombro y un slip negro que le bailaba en las nalgas. La piel blanca, los músculos escondidos dentro de la carne al igual que sus ojos tras unas gafas de espejo. Dispuso otra hamaca junto a la del nadador y se tumbó. Le pareció a Pierre que se miraban mientras entrecruzaban las manos.

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Imagen: Fotografía de José Carlos Nievas (Córdoba / Murcia)