"Caso cerrado" de Daniel Fernández Abella

07.07.2021

El frío hizo ya su aparición. La ciudad seguía dormida a pesar del ululante viento. Ningún viandante ni nadie en su sano juicio saldría esa noche. Nadie salvo él. Caminaba por las desiertas calles, estremeciéndose con el viento como la última hoja de un árbol que se muere. Siguió caminando. Siguió su camino.

Avanzando por las apagadas calles, una triste melodía parecía acompañarle. Un violinista ofrecía a los viandantes un improvisado concierto en una estación de metro de la ciudad. Apoyado contra la pared, junto a un cubo de basura, el músico, que más parecía un muchacho de barrio, tocó obras de Schubert y otros clásicos, durante la gélida noche. Las notas flotaban en el ambiente a pesar del frío rompiendo el silencio y la monotonía reinante.

Siguió su camino. Los edificios parecían todos iguales, pero sabía donde dirigirse. El sonido de sus pisadas rompía el monótono silencio. Una luz roja marcaba su meta. Un pequeño garito apareció ante sus ojos. Había llegado a su destino.

El hombre se quedó en la puerta. No entró. Una mujer salió del garito. Vestida con una elegante chaqueta negra y un traje rojo, su perfume era una dulce promesa que hacía aparecer lágrimas en los ojos a todo aquel que se acercará a ella, embrujándolo al instante. El hombre vaciló por primera vez. No estaba seguro. Pero debía hacerlo.

Se acercó lentamente. Dejó que oyera sus pasos. La mujer se quedó rígida un instante, pero luego sonrió.

- ¿Quieres un cigarrillo?

- Claro, gracias. ¿Eres nuevo en la zona? ¿Has venido a divertirte? ¿O has venido por mí?

- No he venido a divertirme, he venido por ti, llevo días observándote, eres muy deseable, no es tu rostro, ni tu físico, ni tu voz, son tus ojos, las cosas que veo en tus ojos...

- ¿Y qué ves en mis ojos?

- Una serenidad salvaje, no quieres huir, afrontarás lo que tienes que afrontar, pero no sabes si quieres hacerlo.

- No, no quiero hacerlo yo sola... pero estoy dispuesta a correr el riesgo.

- Sabes que no te dejarán. Que no podrás evitarles. Que seguirán persiguiéndote.

- Que lo hagan. Lo sé. Pero estoy cansada de huir, cansada de todo esto, de ir de un lado a otro, refugiándome, escapando de un pasado que deja de perseguirme.

- Todo puede acabar en un momento. Solo tienes que pedirlo.

- Estoy dispuesta. Haz lo que tengas que hacer. Estoy cansada de huir.

El viento se eleva electrizante, ella es dulce y cálida, casi etérea, su perfume era una dulce promesa que hace aparecer lágrimas en los ojos del hombre. Su determinación había hecho que por primera vez en su vida dudara y vacilara. No estaba acostumbrado. Intentó tranquilizarla diciendo que no se preocupara, que todo iba a salir bien, que no había ningún problema. Todo sería muy rápido.

El silenciador hace del disparo un susurro y la abrazó fuerte hasta que se desvaneció. La dejó suavemente en el suelo, evitando que se manchara su vestido rojo. Abandonó el callejón y se perdió en la oscuridad.

Nunca supo de qué huía y tampoco le importaba. Mañana cobraría por el trabajo realizado. Un trabajo bien hecho. Como de costumbre

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La policía recibió un aviso. Habían encontrado el cadáver de un mujer en un callejón de un barrio de la periferia. Vestía un elegante traje negro que estaba forrado de lana para evitar el río de esta época del año. Encontraron un agujero de bala cerca del abdomen. No sería un día tranquilo. Frotándose las manos para evitar el frío, esperaron a que los forenses levantaran el cadáver y acordonaron la zona. Iba a ser un día muy largo y se dirigieron a por unos cafés.

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(Imagen: Obra Ciro Marra (Italia, Roma / Barcelona).