“Carta de amor desesperado” de Carlos Fernández Prego

05.03.2021

Yo, que tanto hice por ti, no merezco este desprecio.

Mi sustancia, que en un instante quedó arrebatada por tu rostro, tus ojos, tus abrazos, ante el impacto de un dardo envenenado por un dios de amor, alado, no soporta ni un momento más tanto descrédito.

Yo, que ¡por ti! de escrúpulos carecí para enajenar la casa de mi padre, que no dudé en aniquilar la sangre de su sangre y en conseguir ¡para ti! Los símbolos inequívocos de la luminosa victoria; que llevé hasta territorios desconocidos la potencia de mis artes para librarte de enemigos hoy vencidos, no puedo permitir semejante ultraje.

Este es mi bagaje: una tierra que un buen día acogió amable mi estadía, pero es lugar ajeno, extraño, y hoy ampara indiferente mi triste desconsuelo. Tú, que para mi brillabas más que la estrella más radiante que ilumina el cielo oscuro, has tornado en pozo umbrío esa luz tan rutilante que alimentaba mi delirio. Y por ello, odiado amor, no has de tardar en saber cual es el precio a pagar por tan alta traición. Prometo tormento, auguro dolor; adivino un desatino.

En la lucha, mi natural fue siempre muy cobarde, pero, pronto has de ver cómo estalla la cólera, la furia desbocada, de un animal herido. Si piensas que has sufrido ¡Prepárate! Porque, con mi sabiduría y con mi arte, te despojaré de todo aquello en lo que tienes parte. Ese rostro, esos ojos, esos brazos que hoy te alojan quedarán inertes tras sufrir el tormento rabioso de un amor arrebatado.

Yo, que un día engañé y asesiné ¿crees que no soy capaz de eliminar, sin tan siquiera dudar, el producto de tu sangre? Arruinada quedará toda tu casa y estirpe, la presente y la futura, sin encontrar otro consuelo más dulce que el que aporte la locura. Pues, solo espero y deseo, solo ambiciono y quiero, que disfrutes de una larga vida; una existencia convertida en Hades, de un infierno día a día.

Y, como despedida, pasión odiada, quiero borrar el día en que prometiste eterno amor. Tu engaño paga su precio: ahí tienes a tus hijos muertos, tu reino evaporado y tu futuro sin crisol. Ahora parto en un carro alado a la tierra de Atenea, con el ánimo encogido, con el corazón atribulado y una llama en el interior del pecho que me mata y que me quema: tú para mi fuiste un dios. Yo para ti... solo Medea.