"B & N", de Diego Andrés Ramírez Trapiello

23.05.2019

La llovizna / soplos

A las ciudades las caracterizas por sus desventajas: molestias de calles, autos y gentes, dispuestas en mantener el problema. Y especialmente en esta calle... hija de puta
Espero en el semáforo de la calle "chance". Cambia de luz. Las gentes caminan: lentos, acumuladas. Y debería yo pasar. Pareciera que cuando las multitudes vienen en sentido contrario, deciden meterse, o no saben en dónde ir y entre todos chocamos.

El semáforo; paso de luz verde, amarilla, a roja. A malaganas, retrocedo.

La llovizna/ N, ve hacia B. ¿O ya lo había hecho?
La mujer, vestida en un conjunto: el blazer negro y falda, de oficina. Tiene mechones, compuestos en ondas y sobresalen simultáneamente, y son maravillosos. Le diré N, está en la otra orilla. Es especial; porque las gentes, entorno a sus trazos de mujer, no poseen rostros: son borrosos. Y solo ella, tiene una cara. Yo soy el compositor, B: con camisa clásica blanca, corbata y el pantalón chino oscuro, para oficina.

Los conductores no quieren detenerse.

En esta pausa que tomo entiendo, quiero conservar un plazo, en medio de muchos fotones y, la longitud. Y, Yo B, ahí puedo perderla. Sufro.

Ella traduce al compositor, B. Comprende lo grave y delicado que son. La intranquilidad en N, la sustituyo una máscara tensa y afligida.

Es lo mismo, el arrebato aquel; el combustible que encendió los movimientos hace millones, millones años en el universo. Y, el exhalado; el impulso que tiene a N, corriendo; creyendo ser, un ser invulnerable en la calle, contra los autos y el semáforo. Yo B, ciertamente soy guiado, siento cosas. En el afán desafío la calle, los autos y el semáforo. Pero somos obstaculizados por el estallido de los vehículos.

Llovizna/ la tormenta

¿Por qué nos separan las desviaciones, de una ciudad...?

¿Por qué Dios...?

El cielo empieza, troca, mañana y anochecer; la condición es progresar, comer del horizonte que los distancia, devorarse, en un bucle excepcional. Las nubes se derraman hasta donde lleguen y, como con un chasquido se largan. Los carros se persiguen unos a otros.

Las luces, fallan. El tricolor se funde. Los autos frenan en silencio.

N, avanza. B, se precipita.

Le diré, los anónimos: en esta calle, son los cuerpos extraños, como el sujeto que intenta ocultarme.

Empuje un anónimo, arrancándole la rosa que columpiaba sujeta a su mano, que no merecía.

La busco apartándolos, hay tantos de ellos.

Cuando N, descubrió al compositor B, y él a ella; sacaron sus brazos, empujaron: desechaban las gentes. Pero ella era aislada entre mantos, capas de cuerpos cubriéndola, volviéndose imperceptible para los ojos.

Me opongo, a esta catástrofe. Derribo los obstáculos, abuso, insulto los anónimos y los alejo, rasgándole por los trajes.
La rosa resbala de mis dedos por el impacto de la mano, de alguno, de esos anónimos que la atacó y arrojó en la llovizna; puesta maltratada, contra el piso gastado: hecho resquicios, aguado y asqueroso. Desconozco la rosa que no me perteneció.

Sigo hasta golpear con el anónimo en medio, impidiéndonos amar. Consigo abrazar al sujeto, consigo tomar de las manos a N, y sucede Dios; con el tacto de la epidermis, soy trasladado: soy un hombre que flota envuelto un aroma y es muy feliz. Pero B, es expulsado.

Los anónimos arrastran al Compositor B, lejos.

Alguno de esos, echó a B, sobre la calle.

Estoy abatido en el piso asqueroso. Postrado y extendido permitiendo, rendirme. Mi sangra es vertida, despacio. Las botas tropiezan adrede conmigo; pasan encima haciéndome añicos, volviéndome sucio: un hombre que espera sin poder ponerse de pie.

Llovizna / entrecruzados

Creo en la lejanía, en las muchas partículas que exploraron el universo: navegaban a través de sus venas. Y, unas cuantas unidas, infinitas, era de B y N. Se conocían, y se reconocerían.

Dejo el piso. Deprisa compositor. Son los caminos equivocados. Roto entre las espaldas de mis enemigos, los anónimos; tiro de alguno de esos, y es el incorrecto: sin rostro. Recaigo atrás de cualquier, me entrego; y al volvernos, y al mirarnos, descubro a N.

En los rostros borrosos, todas las caras volvieron: sonrientes, tristes, enojadas, pero ninguna amaba, solo, B y N.