"Alma en pena" de Leonel Edgardo Alvarado Pintado

18.10.2021

Débiles rayos de luz ingresaron a la habitación oscura, queriendo vanamente despertar a mi madre. Ella, minutos antes, había despertado sola.

Rayos enclenques, sin causa justa, entraron por los agujeros del techo estrellado como lluvia en molestosas goteras; por la puerta generosamente abierta justo en dirección cómplice con la luna llena; y a duras penas, por el reflejo del espejo quebrado heredado de mi padre. ¡Espejo maldito! ¡Nos condenó a siete vidas de mala suerte!

Entre los trapos viejos que fungían de cobija en su lecho solitario, mi madre, se erguía silenciosa pero imponente. Como si del mar calmo se levantara una ola pequeña y perfecta, cautivándome en un solo instante para siempre. Yo, fui testigo de su despertar constante porque así lo quiso el destino. Como la suerte de lo accesorio con lo principal desperté justo cuando ella abrió sus ojos.

Desde mi lecho agujereado, recostado sobre el talón izquierdo de mi hermano, la vi sentadita en el filo exacto de su cama, con sus ojitos añejos entre abiertos mirando fijamente el suelo húmedo, como buscando el lugar donde dar su primer paso. Venció al decaimiento merecido solo con sus piececitos campaneando al viento. Luego, con gesto fiero, levantó su rostro cuarteado por los años lutos; y, a través de la estrella grande corroyendo el techo, buscó en el cielo, al Dios de quien oyó hablar en sus años mozos. Pero, como si supiera que otra vez se negaría a salir tan temprano para ella, envalentonó un suspiro y bajó rauda del lugar donde cultivaba sueños.

Éramos los únicos viviendo en aquel mundo circunscrito por la silenciosa agonía de la noche. El resto de la familia, metidos todos en una sola cama, deambulaban inertes en sus sueños.

Con la mirada sigilosa, perseguí sus pasos inquietos saliendo de la habitación con dirección hacia la sala, tibia por el brasero ardiendo en su centro, donde empezaba la condena de llevar una vida dura. Como si la prisa guiara sus actos, en tanto meneaba la sémola hirviendo en el fondo de la olla hambrienta, logró vestir de prendas oscuras su diminuto cuerpo longevo. Luego, en tanto llenaba de panes y frutas marchitas la mesa coja y casi siempre vacía, calzó sus pies chiquititos. Señal inequívoca de que había llegado el momento de partir hacia el lugar donde seguiría cumpliendo su condena.

Acarició tiernamente mis ojos, con sus manitas frías como las de un alma en pena, y antes de partir me dijo: "Duerme pronto hijo mío, no quiera que te asuste la noche oscura". Desde su lecho calientito, invadido por mi, la vi adentrarse en el bosque oscuro de algarrobos, como si entrara en el vientre mismo de la noche impía. Mis párpados, caídos en sueño ligero, como si tuviesen incrustados resortes, se reabrieron violentamente, pues faltó mi beso de despedida. Ella, juraba que, con él, la suerte le sonreía.

Con la respiración atragantada en mi garganta, salí fugaz de la casa fría y silenciosa, buscando los pasos de mi madre por el camino donde ella andaba. La llamé con la voz bajita de un niño temeroso al sentir la soledad en su alma:

- Mamá, mamá - Pero,no respondió mi llamado.

Levanté la voz como la de un niño malcriado que en pánico exige la presencia de su madre:

- Mamáááááá, Mamáááááá - Tampoco escuchó.

Entonces, frené mis pasos cansados, llorando para mis adentros como un niño pequeño con el corazoncito roto, pues, desconcertado, parado en medio de la calle solitaria, desperté con el sabor del beso ausente en mis labios del triste sueño con mi madre.

Ese mismo día, ya por la mañana en la bodega de doña Barbas, las chismosas del barrio comentaban del alma en pena de un niño llamando a su madre, y que había asustado al marido de doña Juana por la madrugada.

- ¡Bien hecho! - dijo doña Laura - ¡seguro por mañoso, qué raro que ande solo por ahí a esa hora! - agregó.

- Claro, si ni trabaja! - replicó doña Pérez

Yo, callé. No les dije nada. Dejé que naciera en el barrio la leyenda del niño cuya alma llora por las madrugadas asustando a los mañosos y a los que no trabajan.

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)