"A tu lado, Daniela", de Ana Vega Burgos

02.06.2019

Siempre admiré a mi tía Sara: su fuerza, su valentía, su seguridad. Profesora, deportista, gran lectora... Con su maquillaje perfecto y su melena oscura, era el retrato de lo que todas quisiéramos ser. Princesas, no: ¡Saras! 

Daniela es su hija. Vamos juntas al instituto. Es tímida, pero su timidez atrae. El instituto fue para nosotras una revelación, rodeadas de chicos que no eran los viejos conocidos a los que habíamos visto con su babi de cuadritos y el zumito del recreo. El guaperas, el malote, el guitarrista, el pijo... ¡Para todos los gustos! 

También estaba el cerdo.
Y le tocó a Daniela.
A veces Daniela parecía triste, aunque... bueno, las chicas estamos acostumbradas a las penas de amor. ¡Es típico! Un sábado que dormíamos juntas, vi un moratón en su brazo, pero no me extrañó. Lo que me mosqueó fue verla en mayo con manga larga. 

- Tengo el cuerpo cortado -argumentó. 

Otro día lo que tenía cortado era el labio: se pasó la clase tapándose la boca con la mano.
Una mañana de domingo me presenté en su casa a pedirle unos apuntes y me abrió con gafas de sol. Ya no dudé. Se las quité de un papirotazo, y la visión del ojo tumefacto me golpeó en mitad del alma. 

- Esto no puede seguir así -le dije, temblando-. - No es cosa tuya - contestó.
-¿Cómo que no? ¡Eres mi prima, te quiero, y te están maltratando!
- Yo lo arreglaré -aseguró, bajando los ojos.
Pero no arreglaba nada.
Yo no sabía con quién hablar. Meterse en algo tan personal... da miedo. Mis padres pondrían el grito en el cielo, querrían ir a hablar con los padres de él. ¿Los profesores...? ¿Y si insistían en que Daniela denunciara? ¡Yo sabía que Daniela no iba a denunciar! Y si se enteraba de que me había chivado... 

Pensándolo bien, la única persona a la que podía contárselo... era a mi tía.
Daniela puso el grito en el cielo:
-¿Decírselo a mi madre? ¿Estás loca? Precisamente a ella, la moderna, la independiente... ¡Me despreciaría, nunca podría entenderme! ¿Decírselo a ella? ¡Jamás! 

No sé hasta dónde hubiéramos llegado de no ser porque Daniela faltó un día al instituto. Y tres. Y una semana. La visité: tenía un gripazo tremendo... Bueno, eso dijo tía Sara. 

Cuando estuvimos solas, di un tirón a las mantas y la destapé. 

Después nos abrazamos, llorando. 

A veces hay que romper las promesas. A veces, uno tiene que decidir por sí mismo. Lo aprendí entonces, cuando, desafiando a Daniela, llamé a mi tía y se lo conté todo. 

Tía Sara no dijo "Eres tonta, qué haces con un tío que te pega". Tía Sara apretó labios, se cubrió los ojos con una mano que parecía tan frágil como el pétalo de una rosa marchita; después buscó en un cajón, sacando unos papeles amarillentos: eran los resguardos de varias denuncias. Así supimos que también ella había soportado años de maltrato. No porque fuera tonta, sino porque la violencia engendra miedo, inseguridad, angustia, soledad, dependencia, mil terrores que solo puede comprender quien la sufre, da igual que seas doctora o iletrada, fuerte o débil. 

Hicimos piña alrededor de Daniela: familia, amigos, profesores. Ella se sintió fuerte al comprender que el amor nunca tiene que doler. Y sacó fuerzas para decir "no" la siguiente vez que el corazón le gritaba "sí". 

Porque la culpa NO ES TUYA, sino del que te maltrata. Y de los que, a tu alrededor, callan.