"A tiempo" de Nancy Vechio

13.10.2020

El destino desvía un segundo la mirada y...

Tres de noviembre de 1995.

Desde el amanecer, el sol mostraba su hombro con una fogosidad inusual y cielo totalmente despejado.

A pesar de cortar lazos con esa ciudad, recordaba cada calle, cada nombre, cada gota de ese río que lo vio nacer.

Desde la casa de sus padres se escuchaba el cauce manso, con sauces que lavaban su cabellera en él, devolviéndole el reflejo de un rostro esperanzado.

El aroma del pan recién horneado invadió sin permiso, mientras la alfombra de bienvenida llegó en forma de café.

Nada había cambiado.

Bobby hizo una fiesta de ladridos alrededor de sus piernas.

No concilió el sueño desde que el avión descendió la noche anterior, pero eso no importaba.

Había regresado por uno más grande.

- ¡Cariño, nos vemos a las dos de la tarde! - la mano de su madre se agitaba desde el interior del auto, rumbo al trabajo.

- Cuídate, mamá- grité desde la cocina.

El silencio se agiganta latiendo con fuerza en la sien.

Varios pasos lo separaban de su pasado.

Consciente de que sólo uno bastaría para avanzar en el camino, sus pies, sin embargo, parecían soldados a la tierra.

Tendría que rebobinar las huellas, enfrentar el miedo.
Ir por ella.

El corazón se detuvo en la esquina.
Unos pasos y...

¿Si ella ya no vivía allí?

¿O tal vez decidió rehacer su vida?

¿Cómo encontrar entre la gente, a la persona que le devolvería el oxígeno de su sonrisa?

El reloj marcaba las nueve.

Un ensordecedor ruido, seguido de miles de vidrios estallados, confundió su entendimiento y lo hizo trastabillar varios metros.

La ciudad que conocía con los ojos cerrados, cambió de repente su fisonomía, derrumbándose en segundos.

El cielo dibujó un hongo espeso, gris, con la copa blanca.

Y el mismísimo infierno brotó de su centro, mientras más y más explosiones se nutrían del espanto.

Gritos de auxilio, gente ensangrentada corriendo sin sentido, casas que de repente ya no existían, seres queridos atrapados entre los escombros y la locura, autos a contramano.

Miles de preguntas, ni una sola respuesta.

El reloj detuvo su marcha a las nueve y tres minutos.
Incendio en una fábrica militar, la pólvora allí almacenada no fue inmune.

Cientos de ciudadanos heridos, desconcertados observaban cómo la muerte se elevaba en bombas para caer como gotas gigantes de fuego.

Sin hallar un rostro que los salvara de aquel desastre, huían, no importaba el rumbo.

Por un segundo su pensamiento se dispersó con la pésima recepción que le brindó su ciudad, después de tantos años.

Palpitaba con furia el temor de ya no hallarla.

Ella, en el centro de la ciudad la onda expansiva la sostuvo de los hombros, levantándola varios centímetros del suelo, para luego arrojarla con fuerza sobre una esquirla encendida, que perforó su rodilla como si fuese una inocente espina.

Se levantó, arrastrando su pierna. Había que seguir corriendo, la consigna era alejarse lo más posible de aquella ciudad en guerra con ella misma.

De repente, la subieron a un auto, mientras el aturdimiento, el dolor, silenciaron su voz hasta el otro día.

Los pasos de él se detuvieron en seco a la orilla de una ruta en procesión eterna.

Y su corazón convertido en trapecista saltó al vacío, al divisar en un auto lejano aquello por lo que había regresado.

El resto perdió sentido por un segundo.

Sus ojos intentaron seguirla a paso de hombre, pero se perdió en la encrucijada.

Ella, tan sólo ella, miró la nada con el brillo opacado, esfumándose entre la gente, los autos y el humo.

Cruzó el mar rumbo a Alaró, España.

Procuró olvidarse de ella.

Ya nunca regresó.

Muchos años después, el destino preparó otro cruce de senderos en forma de llamada.

- Sólo regresé a la ciudad de Río Tercero la mañana fatídica del tres de noviembre de 1995, para hallarte- susurró, mientras un suspiro de la mente recorrió su piel...

Aquella que duele aún, que respira distinto, en la cual no corre sangre pero corren recuerdos como si lo fuese.

Pero las miradas no coincidieron a tiempo.

La ciudad ya no entendía de amores lejanos.

(Imagen: Obra del pintor mexicano David Alfaro Siqueiros)