"Vuelta a las cárcavas" de Noemí García Jiménez

08.08.2021

Aquella mañana primaveral, después de un café bien cargado, cogió su mochila y su block de notas, se calzó las botas y regresó a un paraje donde no había vuelto desde niño.

A ambos lados del camino, las mismas edificaciones que antaño, hablaban de un pasado mejor. Explotaciones ganaderas y alguna terraza de verano que, en otro tiempo, estuvo de moda y más de un buen recuerdo le evocaron, mostraban un lamentable estado de abandono. En los campos, la avena empezaba a espigar y en aquellos que no estaban cultivados, las amapolas los teñían con un manto rojo.

A mitad del camino, un olivo centenario de tres pies le recordó otros momentos, cuando se detenía con sus amigos debajo de su copa, fatigados de pedalear, a cobijarse del sol de regreso a casa. El tiempo también había pasado por él.

Desde la distancia divisó los pinos del final del camino, habían crecido mucho en esos años. Es posible que encuentre algún espárrago, pensó, e incluso que haya setas en otoño.

En el pinar, punto de partida, habían instalado un merendero. Un vistazo rápido fue suficiente para lamentar que las mesas estuvieran arrancadas, fruto del incivismo de la gente. Cruzó el pinar. Había botes, bolsas y los más diversos residuos por el suelo, algunos a los pies de una papelera vacía. Eso antes no pasaba, pensó.

Durante el ascenso, los pinos fueron dado paso a otras especies. Las genistas mostraban capullos y algunas flores y vainas, las frágiles flores rosas de las jaras se mecían con el viento, y el tomillo aromatizaba el aire. A pesar de que las lluvias de las últimas semanas habían cubierto con un manto verde los caminos trazados por los hombres, sus pies le llevaron sin pensar hasta la cumbre.

Recordaba el camino de memoria, como si lo hubiera recorrido ayer, cuando en realidad, habían pasado unas tres décadas. Mejor no hacer el cálculo exacto, pensó.

Con un pie sobre la cárcava, le invadió una tremenda felicidad. Al fondo estaba en valle, labrado por las aguas y frente a él, las cárcavas donde hubo un tiempo en que fue feliz. Allí se descolgaba con sus amigos, solo sujeto por una cuerda atada a una retama, hasta las profundidades de la tierra. Luego tocaba subir, con la agilidad de aquellos años no tardaban mucho, para volver a bajar. Iría hasta ellas. Desde lo más alto, recordaba que había una bonita vista de la ciudad.

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Imagen: Autor, CIRO MARRA