"El parto" Naiara López de Munain San Martín

26.05.2019

Las contracciones cada vez golpeaban con más fuerza y los calambrazos de dolor me sacudían el cuerpo y lo cosían de espasmos.

Calambrazo. Calambrazo.

En mi cabeza se arremolinaban las instrucciones de las clases preparto.

Ahora inspiro, ahora exhalo. No, mierda, era al revés.

Joder, ¡por qué no presto atención cuando tengo que hacerlo! Seguro que estaba pensando en lo jodido que había sido el día en el curro.

Me agarré fuerte mientras la camilla volaba hacia el paritorio y la sábana bailaba encima de mi tripa preñada de nuevos latidos.

Calambrazo.

Inspira, exhala. Bufff.

Hace unos meses me pareció una idea fabulosa. No me contaron lo de tener las piernas infladas como si tuviera elefantiasis. Tampoco me contaron lo de la vulva repleta de venas a punto de estallar. Ni esto, este dolor atómico y relampagueante en mi cuerpo. Bueno, esto sí me lo habían dicho, pero es indescriptible. Este dolor brutal que parece que me va a partir en dos y, en realidad, es así. Me voy a partir en dos. Erditu, partir en dos. Así de dice parir en euskera.

Calambre. Calambre al cuadrado. Ahí va otro. 

- Empuja- me grita. 

- Empuja tú, caraculo- grito. 

Algo asoma. Parece que empieza a salir. Sentí como si me fuera a morir. 

- ¡Ya está! ¡Ya asoma! 

En mis entrañas supe que era una P. La primera que salía era una P.

- Empuja que ya está fuera, gritaban. 

Plof. Salió de mí. Efectivamente, era una P. Quedó suspendida en el aire. 

La miré. Joder, era la letra P más preciosa del universo. Sentí un tremendo calor en el pecho, un amor que fue subiendo y que se trasformó en lágrimas que caían rodando, desenfadas, por mis mejillas. 

Calambre. Viene otra pensé. Empuja, escuché. 

La segunda llegó con más facilidad. Era una A. Salió de mí y quedó flotando en la blanca habitación del hospital. 

Las demás llegaron suaves. Sin dolor. Fueron saliendo de mi coño como una alegre canción. La H salió sin que me diera cuenta, la G me hizo cosquillas; la U una leve caricia; la Z hizo vibrar mi vientre; la O me llevó al orgasmo.

Llegaron la Q, la M, la K y la N. Llegaron la J, la I, y la U....

Llegaron toda, hasta la W, por si en algún momento necesitábamos un whisky.

Salieron todas y quedaron suspendidas, flotando, cubriendo todo el espacio mientras la luz de una nueva mañana entraba por la ventana casi pidiendo permiso para no molestar. 

Ya estaban aquí. Mis hijas. Mis letras. 

Lo que sentí era, sencilla y llanamente, la felicidad más gozosa y embriagadora del mundo. Estaba completamente borracha. 

Entonces empezaron a bailar entre ellas. A juntarse y desjuntarse. A formar palabras y versos. Empezaron a sugerirse frases, historias y finales. 

Principios. Se miraban entre ellas y se permitían el eterno y maravilloso juego de juntar letras y palabras para crear nuevos universos. 

Las miré, atónita. 

Acababa de parirme.