"Viaje animado", de Manuel Cabezas Velasco

22.05.2019

Se sucedían los minutos en aquel vagón más bien anticuado y desgastado para los tiempos en que andábamos ya en pleno siglo XXI. Los pasajeros mostraban diversidad de caracteres y actitudes ante las carencias que aquel tren reunía.

A lo largo del trayecto algunos señalaban: ¡parece que huele a quemado!, llegando a pensar en una posible avería. Al otro lado de aquel compartimento se escuchaba como respuesta: ¡podría ser que alguna goma se haya quemado!La intranquilidad hacía mella en los allí sentados, pues una nueva parada había obligado al tren a incrementar su retraso a sus diversos lugares de destino.

Todas aquellas contrariedades habían comenzado a muy temprana hora de la mañana y la demora poco a poco iba en aumento en el trayecto. A aquella nueva pausa, antes de llegar a mi destino, se sucederían algunas más.

Las diversas conversaciones, entonces, se entremezclaban en aquel habitáculo, algunas con un carácter altisonante como la de un padre que, por el teléfono móvil, parecía mantener serias diferencias de criterio con su vástago a tenor de las voces y términos en que se expresaba. Todo pareció aplacarse dado el buen talante con que tiempo después se manifestaba el padre. Otros de los allí presentes mostraban cierta tirantez a la hora de ceder su asiento a un pasajero que llevaba mucho tiempo en uno que era el equivocado - ¡ups! Siento decir que yo mismo era uno de ellos - o que había elegido uno sin reserva previa, por lo que la intransigencia o no del poseedor del billete que le daba la razón, ofrecían uno u otro resultado.

El tren llegó a buen término, aunque con casi media hora de retraso por lo que a mi destino respecta. Mi familia me acogió con besos y abrazos. Una vez más, la tardanza quedó en el olvido, ante tan grata acogida.