"Verde militar", de Nancy Vechio

22.05.2019

Por la ventanilla de aquel gris y húmedo tren, divisaba su vida en pequeñas diapositivas que corrían ligeras por sus mejillas.

Con apenas dieciocho años recién cumplidos, se vistió de un camuflado verde militar, botas, gorra y un arma a disparar.

Varias horas de reflexión, de preguntas, de valentía y sonrisas fingidas ante su despedida en el andén, como si el premio mayor al buen actor de reparto lo hubiese ganado ese día por sorteo, en el que otros decidieron por él cómo debía pelear, y porqué.

Temblaba como esa hoja de otoño que caía lenta hacia el suelo, pero no lo demostró.

Marchaba hacia una guerra, marchaba hacia un archipiélago situado en la plataforma continental de América del Sur, hacia el fin del mundo, de su mundo conocido resguardado de todo mal, lejos de las bendiciones de su madre, repleta la maleta pequeña de sueños vestidos de un diploma a colgar en la pared.

El viaje, cada vez más frío conforme iban pasando algunos Quilimbai de brillante floración amarilla, con el contraste oportuno de las Virreinas de impactante lila, se disfrazó de distancias.

Algún zorro gris se asomaba curioso al paso de aquel ferrocarril...

Viaje largo, donde los pensamientos de su Chaco natal se trenzaban con la suavidad de la cabellera de su novia...

Sacudiendo su cabeza de lado a lado, dejó que los recuerdos echaran a volar por un rato, dedicándose a entablar conversación con los demás jóvenes, compañeros de lucha, soldados con el mismo temor y valentía.

_Soy Juan Ayala, de Tres Isletas, Chaco_ se presentó, rompiendo el hielo del silencio que allí reinaba.

Uno a uno se fue presentando, conociendo sus lugares de origen, familias, sus anhelos...

Cinco muchachos compartían aquel vagón, cálido en anécdotas y sonrisas, olvidando por un rato porqué estaban allí.

_Si les agrada, puedo recitar algún poema gauchesco para matar el tiempo, antes que el tiempo de esta guerra nos mate a nosotros_ bromeó.

Su preferido, por supuesto, El Martín Fierro de José Hernández...

..."Vive el águila en su nido,

El tigre en la selva,

El zorro en la cueva ajena,

Y en su destino inconstante,

Solo el gaucho vive errante

Donde la suerte lo lleva..."

"...y si la vida me falta,

Téngalo todos por cierto,

Que el gaucho, hasta en el desierto

Sentirá en tal ocasión

Tristeza en el corazón

Al saber que yo estoy muerto..."

"...pues son mis dichas desdichas

La de todos mis hermanos

Ellos guardarán ufanos 

En su corazón mi historia

Me tendrán en su memoria

Para siempre mis paisanos..."

Declamador que dejó en el aire un manto de nostalgia...

El tren iba llegando al final de su recorrido, el amanecer asomaba curioso en las alas de un zorzal patagónico.

Los cinco muchachos, en su intento de defender una posición Argentina en el Cerro Enriqueta, en el Monte Harriett, atacaron por la espalda y para siempre al temor, a la inquietud de una aparente quietud, al desconcierto sosegado en latidos furiosos saliendo del pecho.

Defendían su patria, se defendían unos a otros, se cubrían de valor y honor entre el fango, la soledad y el gélido viento.

Se entibiaban las manos con el aliento...

Juan, sirviente de mortero, fue alcanzado por una bala, dejándolo tirado en el medio del campo de batalla, a merced de su enemigo, que con saña lo volteó para comprobar con sus propios ojos el daño causado.

Sus camaradas no pudieron socorrerlo...

La noche se iluminaba con destellos de estrellas mezcladas con fuego.

Consciente de su hora de partir, dirigió sus últimas palabras al enemigo preguntándole ¿En qué lugar del alma firmo, para recuperar la paz?

Ciento doce historias empezaban a grabarse en la memoria de la tierra y de las trincheras, corazón de cada compañero de lucha.

De abril a junio, pelearon codo a codo, barro a barro, miedo a miedo.

Cruces blancas silenciosas se elevaban al cielo.