"Una vez me pasó" de Olga Gutiérrez Rapp

20.10.2020

En octubre haría dos años que murió su tía, la que tantas veces había cuidado de ella cuando era pequeña. Yolanda había sido mi mejor amiga y en los cinco años que duró su enfermedad estuve siempre muy cerca. Teresa se casaba en septiembre y me invitó a su boda.

Esta invitación era un compromiso (regalo, ropa,...), pero no me atreví a rechazarla. Lo del regalo se solucionó enseguida porque querían dinero. En cuanto a la ropa... "¡uf! ¡Con lo que me aburre ir de tiendas!". Repasé lo que tenía y rápidamente decidí: iría con un pantalón negro al que pondría unos botones charros en la parte inferior de una de las patas, y una blusa blanca con rosas, blancas también, superpuestas. ¡Solucionado!.

Ah! ¿Pero los zapatos?. Los últimos me los había comprado hacía ya cinco años, para otra boda, y estaban un poco gastados. Pasaban los días. La boda sería el sábado 29, y ya estábamos a 26, cuando pensé que los zapatos con los que yo me había casado 25 años antes podían servirme, pero... ¿dónde estarían? Caí en la cuenta: se los había dado a mi madre aunque apenas los había puesto, así que estarían en su casa y casi nuevos. Fui al piso. No había nadie. Empecé a buscar. "¡Quizás en el armario del pasillo!".
Acerqué una banqueta para encaramarme y mirar en la balda más alta. Descendí a la anterior "¿¡qué es esto!?". A través de una bolsa de plástico se veía un sobre azul más pequeño de lo normal dirigido a mi tío Rafael y con un sello que decía: PRISIÓN NAVAL PREVENTIVA / CENSURA MILITAR. Cogí el paquete, bajé al suelo, me senté, saqué la carta y leí:

"Queridísimo.......:

Acabo de llegar de viaje..........

¿Te acuerdas de mí?. Yo amor mío, no puedo olvidarte ni un momento.

Los proyectos de viajar me parecen maravillosos...

Yola también está cansadita pero te manda besos y yo también.

Tu
...................... (Firma)"

Mis manos temblaban y mi corazón latía un poco acelerado. Saqué otra carta, ¡había más de cien!

Son de aquella mujer -pensé-, de la que habíamos visto fotos en el álbum familiar, con vestidos muy elegantes, apoyada en un coche espectacular. Mujer de la que mi madre nos había hablado pero que nadie llegó a conocer personalmente. Ésta fue una relación que surgió mientras mi tío estaba en prisión, por motivos políticos, y finalizó antes de que saliera en libertad.

Volví a guardar las cartas.

"¿Y los zapatos?" Por fin los encontré. "¡Pero si son de rabiosa actualidad!". "Vaya, me quedan un poco justos". "Me compraré unos" -decidí rápidamente -, y a continuación llamé por teléfono a mi madre para ver si me permitía leer las cartas. Claro que sí -me respondió-, pero no las pierdas. Las quiero guardar porque fui cómplice de "esa locura de amor".

Era el año 1.952 cuando Rafa pilotaba un barco mercante que hizo escala en Marsella. Allí, una persona le entregó unos sobres cerrados para que los llevara a España. Él ocultó la correspondencia (era propaganda ilegal). Hubo un registro policial y Rafael se presentó al primer oficial: "yo introduje las cartas a bordo. No quiero causar males mayores al resto de la dotación", manifestó. Se lo llevaron a la Prisión Naval de Cartagena.

Desde la cárcel, escribió en la revista Destino y obtuvo respuesta de una mujer que pertenecía a una rica familia, que quiso ser médico pero en aquellos tiempos no se consideraba oportuno que las mujeres estudiasen; que vivía con sus cuatro hermanos, que trabajó en el despacho de uno de ellos que llegó a ser juez y que cuando se enteró de la relación de su hermana con un comunista zanjó el tema mandándola a un convento.

La aventura epistolar duró algo más de un año.

Yo llevo tiempo organizando dicha correspondencia y así voy trenzando la historia de una mujer adinerada de los años 50 y de un hombre que dejó su profesión para luchar por un mundo más justo, llegándose a enamorar con delicada grandeza y suave ternura.

El jueves 27, por fin, me compré unos zapatos. Los de mi boda se los pone ahora mi hija.