"Una jugada" maestra de Alejandro Pasapera Ruiz

05.09.2021

Su nombre empezaba con una letra "R", como augurando la complejidad de una laberíntica y oscura fórmula matemática, pero diluyéndose después en un ascético y relativamente común apelativo: Rosario era sin duda la adolescente más guapa y elegante del colegio. Físicamente era alta, con dientes blanquísimos y enormes expresivos ojos magnificados por anteojos que le daban un cierto aire intelectual.

Toño contrastaba con todo lo que ella representaba: nunca bien peinado, con tres pantalones de no muy buena calidad que alternaba cada día y eternos únicos pares de zapatos deportivos. Ella, aplicada en la biología, él, en las matemáticas.

Fue por el ajedrez que Rosario y Toño convivieron un poco más. Por algún insólito consenso, pactaron verse una hora antes de las primeras clases del día con el fin de jugar oficialmente, aunque para él ese acuerdo representaba el pretexto ideal para buscar la oportunidad de expresarle finalmente los sentimientos que ella le inspiraba.

Cierta mañana, después de varios días, tuvieron una partida que Toño no olvidaría nunca. Rosario parecía tener una especial determinación en destruir lo antes posible a su adversario. Como marcan las reglas del juego, el ejército blanco -el de ella-, hizo el primer movimiento: un peón avanzó seguro. Toño de inmediato interpuso a un soldado negro del mismo rango para cortarle el paso al enemigo, casi distraído por los hermosos ojos de Rosario.

Ella decidió de inmediato mover un caballo que saltó por encima de la primera línea de batalla. Toño, a sabiendas de que el fin de esa maniobra era el de liberar a combatientes de rangos más elevados para endurecer su ataque, anticipó las intenciones del enemigo con un idéntico movimiento, al mismo tiempo que una mirada furtiva atisbaba el discreto escote que dejaba ver casi nada de su interesante contenido.

Tras un extraordinario despliegue de estrategia, sacrificio de algunas piezas y triangulaciones inteligentes, Rosario lograba poco a poco diezmar al ejército rival, nulificando intentos de contrataques y acercándose peligrosamente al monarca de las tropas contrarias. Toño trataba con dificultad de evitar la pérdida de demasiadas piezas, intentando inútilmente de igualar las bajas para preservar la seguridad de su rey, mientras lanzaba clandestinas miradas a la figura y facciones de la linda mujer que estaba sentada enfrente suyo.

En una jugada maliciosa y sorpresiva, Rosario colocó su reina en una posición ofensiva y directa al rey contrincante, "Jaque" -dijo ella mientras levantaba el brazo derecho para apartarse un rizo de la preciosa cara y lanzar, sin querer, una ligera brisa de su seductor perfume en dirección a Toño.

Mientras en un movimiento desesperado colocaba a un alfil para interponerse al ataque directo de la poderosa enemiga, Toño aspiró la deliciosa fragancia de Rosario, provocándole un deseo irrefrenable de besar sus labios para que, como anhelado ansiolítico, apagara la irresistible, creciente y poderosa pulsión que abrasaba, como carbones ardientes, su cuerpo y sus pensamientos.

De un repentino impulso, Toño se levantó de su asiento para acercarse a la cara de Rosario y materializar sus intenciones, pero ella se retiró hacia atrás mientras se ponía de pie en el mismo momento en que una persona se acercaba y la saludaba.

Rosario sonrió y le dijo a Toño: "mira, te presento a Jorge, somos novios desde ayer".

Toño se quedó mudo. Con una expresión descompuesta volvió a sentarse mirando fijamente las pequeñas figuras que aún quedaban sobre el tablero de juego. Una cubetada de agua helada o un choque eléctrico de gran intensidad hubieran sido agradables sensaciones comparadas con aquello que estaba experimentado en ese momento. Tal era su desazón, que sintió que su cuerpo se empequeñecía y que sus vísceras se consumían como si hubiera apurado a tragos un potente bebedizo cargado de la más tóxica ponzoña.

Rosario se inclinó sobre el tablero sin sentarse, desplazó a su reina para abatir al alfil que se interponía al ataque, imposibilitando al mismo tiempo cualquier jugada defensiva gracias a la efectiva distribución del resto de las piezas de su ejército.

Justo después de tomar de la mano a su pareja y antes de retirarse, ella dijo finalmente dirigiéndose a Toño con una inusitada y fría sonrisa: "Jaque mate".

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)