"Un último instante" de Antonio Montoro Gómez

30.10.2020

- ¿A qué vienes aquí, acaso me buscas a mí?

- ¿Tú qué crees?

- Te has confundido, no puedo encontrarme mejor.

- -En el fondo sabes que no, nunca me equivoco, pero es evidente que te ha sorprendido mi presencia. Sabes quién soy, ¿verdad? Me has reconocido.

- Cómo no voy a reconocerte, eres el viejo Abaddón, al fin y al cabo no eres más que un vulgar psicopompo, disfrazado de cualquier manera para asustar a incautos.

- Mi aspecto y el nombre es lo de menos, cada pueblo me ha llamado con un nombre diferente: Balam, Toth, perro Xoloitzcuintle...

- ¿Y... ahora...?

- Ahora, nada. Ya no te queda tiempo para nada.

- ¿Podré coger dos monedas?

- Aún eres libre. Tal vez te quede algún instante. ¿No tienes nada mejor que hacer que emplear estos escasos momentos en reunir dos monedas? ¿Para qué necesitas ese capital?

- Son para el viejo Caronte.

- Puedes dármelas a mí, tanto da, todos somos la misma cosa, y de cualquier manera, acabaremos en el mismo lugar.

- Prefiero entregárselas a él.

- Si te empeñas. No sé qué ves en ese aburrido carcamal.

- No sois los mismos, aunque sí vuestra misión. Tú nunca me caíste bien, sin embargo, Caronte, no sé, le tengo una especial consideración.

- Siempre has sido un retraído y solitario romántico, un nostálgico huraño.

- Con romántico es suficiente.

Sintió un dolor a lo largo del brazo izquierdo y una punzada aguda en el pecho. La mano derecha quedó abierta, inerte, extendida a lo largo del cuerpo, mientras las dos monedas rodaban por el suelo.

Unos dedos sarmentosos, oscuros, recogieron aquel preciado óbolo, los mismos que un minúsculo tiempo más tarde empuñaron el remo de cinglar para conducir la siniestra barca a la orilla destinada de la laguna Estigia.

Desde el balcón que mira a la Bahía