"Un tipo extraño" de Esmeralda Egea

22.10.2020

Salgo con el tiempo justo de casa. Agarro el bolso, las llaves y me voy por la puerta con un sobrealiento que hace que tenga que detenerme. Maldigo en voz alta: -He vuelto a olvidarme las gafas. No soy nada sin ellas, ni siquiera cuando el cielo está cubierto. Estoy a punto de subir a buscarlas, pero llevo diez minutos de retraso y toda una semana llegando tarde a trabajar.

Estoy parado en un semáforo y la veo llegar a lo lejos. La manera que tiene de moverse es inconfundible. Va con paso apresurado. Me fijo en su bolso; lo lleva medio abierto y por el resquicio le asoma el mango del paraguas. Hoy no lleva las gafas de sol y a pesar de que sus ojos se ven hinchados, está preciosa. Enciendo un cigarro sin dejar de observarla; hoy tampoco se ha lavado el pelo, lo lleva recogido, y el cabello que amanece en sus sienes se le pega al cráneo como si estuviera pegado con cera. Ha cambiado de abrigo; este se ajusta en exceso a su cintura, quizás sea porque se ha abrochado demasiado el cinturón.

La noto nerviosa, mira sin parar su reloj. Otra vez llega tarde, lleva toda la semana saliendo con retraso. Si fuera mi novia, eso no le ocurriría, la llevaría en mi moto a donde hiciera falta, incluso, al fin del mundo.

Otra vez ese tipo. Desvío mi mirada y disimulo observando mi reloj. Ese hombre; ¿me observa todos los días? O, ¿me estoy volviendo una paranoica? Se ha encendido un cigarro; es el mismo ritual de todas las mañanas; llego a la parada del autobús y ahí está, da igual si salgo puntual o no, pero todos los días, de lunes a viernes está ahí, es como si formara parte del mobiliario, pero ese no es el problema; mi inquietud es que me siento observada, vigilada. Mañana me desviaré por otro camino, eso será lo que haga. Lo tengo decidido.

Ha subido al autobús. Es hora punta y tendrá que lidiar con un montón de gente para poder encontrar un asiento. Si fuera mi novia eso no le ocurriría, la llevaría todos los días a trabajar, no tendría que volver a coger el autobús abarrotado, ni tendría que aguantar empujones, por supuesto que no. La llevaría donde hiciera falta. Por ella sería capaz de hacer cualquier cosa.

Abro la puerta y acaricio al gato. Después de un año viéndolo casi a diario, aún no se su nombre. Se enreda entre mis piernas y me pongo a su altura para sentir su leve ronroneo. Hoy la casa está echa un puto desastre; la taza del desayuno está en una balda del cuarto de baño, un sujetador asoma colgado en una silla; lo acaricio y lo huelo.

El bote de gel está en medio de la bañera, y un olor a coco se ha apoderado por completo. Abro la puerta de su habitación; la cama está completamente desecha. -¿Cómo lo hará para dejarla así, durmiendo sola?- Me descalzo y me tumbo. Huelo la almohada y me impregno de su olor. Me bajo los pantalones, pero entonces oigo un ruido que no me es familiar, me abrocho rápidamente el botón del pantalón, y cojo una horquilla suya que está al lado de la lámpara de la mesilla, lleva dos pelos enganchados y meto el pasador en uno de mis bolsillos. Me despido del gato hasta mañana.

Dejo la llave en un pequeño hueco que tiene al lado de su puerta. Sé que es su llave de emergencia. Es lo que tiene llevar dos años siguiendo sus pasos.

Hoy me caerá otra bronca. En el fondo mi jefe tiene razón; no puedo llegar toda la semana tarde. De todas las maneras, de lo que me tengo que acordar mañana es de coger el desvío de la calle Mallorca, y coger el autobús en la avenida. No quiero volver a encontrarme con ese tipo, no se lo que es, pero hay algo en él que me pone los pelos de punta. Lo tengo decidido, mañana iré por el otro camino.

Sólo espero no volver a verlo nunca más.