"Un pesado silencio" de Noemí García Jiménez

20.10.2020

Volvieron a mirarse bajo el agradable olor de montañas de libros que esperaban, impacientes, una segunda oportunidad, alguien que se interesa de nuevo por ellos.

Desde la pequeña puerta de la librería de viejo resultaba difícil imaginar la inmensidad de ejemplares que había en su interior; en estanterías, sobre una larga mesa, apilados por el suelo, en montañas de imposible equilibrio, había cientos, miles de libros por todos lados.

Elsa pasaba con frecuencia por su puerta, casi a diario, pero hasta esa mañana de sábado nunca había entrado. Tampoco tenía la certeza de encontrar allí el libro que buscaba. Había obtenido la reseña en el último libro que había leído. Era de comienzos de los ochenta, y a golpe de tic no necesitó mucho tiempo para saber que estaba descatalogado.

Preguntó al dueño, un hombre de mediana edad con aspecto despistado.

- Sí, lo tengo. Estoy seguro - dijo, con las gafas en la punta de la nariz -. Debería estar en aquel montón de allí.

- ¿Puedo echar un vistazo? -preguntó al verlo perderse de nuevo detrás de las pilas de libros que ocultaban su mesa.

- Sí, claro -respondió sin levantar la vista, subiéndose las gafas-. Mientras, buscaré en el ordenador, por si estuviera en otro lado, aunque yo juraría que no.

Elsa sujetó su bolso y fue deslizándose con cuidado entre los libros hasta llegar a los que le había indicado. Empezó buscando por los que estaban en la parte superior, leyendo los lomos, y continuó bajando, ayudándose con el dedo índice. Alguno quedaba hacia atrás, luego lo miraría.

Al acabar de leer todos los títulos se incorporó para girar en torno a los libros y en ese momento, sus miradas se encontraron. Una repentina luz iluminó la abarrotada estancia en la que estaban. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que sus azules iris la habían mirado?

- Hola, Elsa. Nunca te llamé, lo siento.

Ella baja la vista hacia la pila de libros y continúa con su búsqueda, pero su cabeza está en una tarde de otoño de hace cinco años, la última que pasaron juntos.

- Joven, ¿encontró lo que buscaba? -escucha preguntar al dueño de la librería.

- Sí, lo tengo -dice extrayendo con cuidado un libro por su lomo.

Hace un amago de ir hacia la mesa donde el librero se encuentra, pero Marco le franquea el paso, lo que le hace sentirse algo incómoda. Lo tiene demasiado cerca, incluso percibe las notas de su perfume, el mismo que antes le gustaba y ahora odia.

- ¿Un café y hablamos? - pregunta él intentando inútilmente echarse a un lado - Te debo una explicación.
-
¿Puedo pasar?

No hay espacio y Marco va hacia la entrada. Ella, con su buscado libro entre las manos, va detrás. Le asaltan mil dudas y algún antiguo temor.

- No has mirado nada ahí dentro - le dice ella una vez en la calle.

- Vengo cada semana a dar una vuelta. No buscaba nada en concreto.

- ¿Vives por aquí?

- No, pero trabajo cerca, dos calles más abajo.

Elsa le mira a los ojos por primera vez desde que sus miradas se encontraron y siente un estremecimiento.

- ¿Y tú?

- Este es mi barrio.

- ¿Vienes mucho a esta librería?

- No, es la primera vez. Buscaba un ejemplar descatalogado.

- ¿Hubo suerte?

Ella le muestra el libro con delicadeza, como si fuera un frágil tesoro.

- Un título curioso. ¿Un café?

- Y me cuentas por qué te fuiste.

Sentados en una terraza, él le habla del motivo de su precipitada partida: un viaje de trabajo imprevisto, seguido de una dura enfermedad.

-Fue todo muy rápido.

- Ahora entiendo el silencio de estos últimos años.

- Perdona.

-Sobr eviviste al cáncer.

- Tuve suerte, estaba en un estadio temprano. De no haber sido por aquel reconocimiento médico de empresa, quizá ahora no lo estaría contando. Solo me culpo de no haberte llamado para contártelo.

- ¿Te encuentras bien?

- Mejor que nunca.

En ese momento, asomada al abismo de tus ojos, el reflejo azul del cielo se vuelve más intenso.