"Un lirio" azul de Mercedes Maroto

No sabía por qué, pero sentía miedo. El corazón le latía fuertemente y el ruido que golpeaba sus oídos era ensordecedor. Contrastaba su inquietud con el profundo silencio y la paz que reinaban en el jardín.
En aquel cementerio junto al mar solo se oían a lo lejos las olas que, furiosas, se estrellaban una y otra vez contra el acantilado; podía divisar el ancho océano que aquel día estaba bronco, gris, agorero...
La tarde caía, apenas los rayos del sol conseguían atravesar el espesor del cielo, y el viento jugaba a placer con las ramas de los árboles.
"¿Vendría aquella tarde?", se preguntó el joven mientras contemplaba la límpida lápida de mármol blanco.
Aquella tumba destacaba entre todas por su belleza y conservación; parecía muy reciente; en la piedra se podía leer: "demasiado joven, demasiado pronto", pero ningún nombre, ninguna fecha, ninguna foto, solo una fresca flor de color azul.
De pronto, oyó cerca unos pasos; sin duda, era ella. Escondido tras un árbol, pudo observarla una vez más con detenimiento. Sus facciones le eran conocidas, también su cabello rubio, aquel abrigo negro..., todo le era familiar.
La joven comenzó a hablar; su voz era dulce y, entre sollozos, le escuchó un nombre, el de Pablo... También él se llamaba así. Le pareció un hecho curioso, al que no prestó demasiada atención, pues su pecho bombeaba cada vez con más fuerza y su mente, imparable, recibía mil estímulos de aromas, luces, recuerdos....
Los sollozos de la chica se convirtieron en profuso llanto y, era tal su desconsuelo que, no sin cierto reparo, decidió acercarse a ella; le ofreció un pañuelo blanco y vio cómo este caía al suelo; la joven no reaccionó al verlo, ningún gesto, ningún movimiento; seguía hablando y llorando sin reparar en él.
Su desconcierto fue enorme, mil imágenes se agolparon en su cerebro: las olas, el rugir del viento, las duras piedras y el insoportable dolor en todo su cuerpo. Al fin, comprendió la razón de su profundo miedo: el joven que había muerto demasiado pronto no era otro que él mismo.
Sabedor de su destino, se acercó a Lucía, le besó la frente y le acarició los labios. La joven llevó la mano hacia su boca y sonrió levemente, dejando sobre la tumba un lirio azul.
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Autor de la imagen: CIRO MARRA