"Un inocente relato" de Virginia Cortés Moncó

Desde que tuvo conocimiento del terrible suceso, Tina apenas dormía.

Dormitaba unos minutos durante el día, pero al llegar la noche, un miedo irracional se apoderaba de ella.
Amanecía en Madrid y por mala que fuera una noche, a la mañana siguiente, en algún lugar, siempre olía a café. Ese aroma familiar y tranquilizador en el que se diluyen los terrores nocturnos.

Todo empezó con aquella inocente convocatoria de relato corto promovida por la asociación Floridablanca a la que ella decidió presentarse.

Cuando Tina comenzaba un relato, siempre sucedía lo mismo: su cabeza quedaba tan vacía como su nevera.

La nada más absoluta se instalaba en su cerebro amenazando convertirse en okupa permanente. Aquella vez, no fue diferente.

Agobiada, decidió seguir los principios del famoso anuncio que decía "Be water my friend" y entendió que lo mejor era dejarlo fluir y no forzar la situación.

Empezaba a anochecer y hacía frio, pero se colocó unos "leggings" viejos, se calzó una deportivas y decidió salir a correr para alcanzar a las musas.

Nada más cerrar la puerta se dio de bruces con la vecina que bajaba a tirar la basura, se saludaron con un escueto "buenas noches", la vecina siguió su camino y Tina se quedó en la puerta reflexionando acerca de aquella extraña residente.

Sintió una pena inmensa por aquella mujer insignificante de pelo ralo y canoso, manos cuarteadas y aspecto famélico que siempre vestía de colores apagados y que por todo adorno portaba un delantal que no se quitaba ni para bajar a la calle. Esa pobre mujer que permanentemente despedía un olor intenso e indefinido entre el repollo hervido y la lejía.

A Tina se le iluminó el caletre. No lo dudó, entró en su casa de nuevo como las balas, se sentó frente al ordenador y comenzó el relato.

Sin siquiera saber el nombre, comenzó a construir una identidad fabulosa, donde su vecina, bajo esa apariencia anodina, escondía una vida marcada por grandes pasiones y más grandes aventuras que la llevaban de un país de ensueño a otro no menos apasionante.

En esa vida virtual que Tina le fabricó le dotó de una inteligencia y un don de gentes que la llevaron a convertirse en espía del KGB en misión secreta en nuestro país, una Mata Hari contemporánea.
Tina estaba encantada, no podía haberle salido más redondo el relato. Le dio a la tecla de enviar y... ale hop, a descansar y esperar los acontecimientos.

El terror empezó el día que, al volver a su casa, vio aquel revuelo en el portal. Ambulancia, policía... Pero lo que más llamó su atención fueron los coches gubernamentales.

Su vecina había aparecido muerta en el piso.

Impactada y sin salir del asombro, trató de averiguar qué había sucedido, pero nadie pudo darle razón hasta que dos días después fue confirmada la noticia en televisión.

Había sido envenenada con polonio.

- ¿Con polonio? Pero... qué locura era aquella.

Poco después se confirmó que aquella mujer de vida sencilla que Tina había conocido era una espía del KGB en misión especial en nuestro país.

Seguramente al ser descubierta su identidad, el propio KGB la hizo desaparecer de forma, desde luego, no demasiado discreta pero... así era el mundo del espionaje.

Tina trataba desesperadamente de buscar su absolución y se consolaba pensando que tenía que ser una casualidad porque ella solo había escrito un inocente relato.

La información sobre el caso, que fue excepcionalmente mediático, confirmó que el premio Floridablanca era una tapadera de la agencia de contra espionaje al servicio del CNI, que llevaba tiempo tras la pista.

A partir de ese momento no hubo mas información, la historia se fue diluyendo como lágrimas en la lluvia.

Sólo una persona en la ciudad perdió el sueño por este acontecimiento: Tina.

Se preguntaba: ¿cuánto tardarían en venir a por ella?

Amanecía en Madrid, Tina miraba el amanecer sentada en un taburete de su cocina.

La noche había sido otra noche en blanco, sin embargo, en algún lugar, volvía a oler a café.

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Imagen: Obra del fotógrafo José Carlos Nievas (Córdoba / Murcia)