"Un cuento antes de dormir" de José Manuel Reyes Gómez

09.09.2021

Los faros de la larga hilera de coches permitían ver caer al trasluz las finas gotas de lluvia sobre el asfalto. Miró el reloj del salpicadero y empezó a preocuparse; no iba a llegar a tiempo. Delante suya, un Toyota blanco comenzaba a pitar, lo que animó a varios vehículos más a imitarlo y a los pocos segundos, el atasco se convirtió en una sinfonía de cláxones. Los minutos continuaban avanzando. No podía llegar tarde, Sergio le estaba esperando y por nada del mundo iba a fallarle esa noche; así que apagó el motor, tomó el libro que descansaba en el asiento del copiloto y salió del coche. El resto de conductores lo miraron con incredulidad. Saltó el quitamiedos de la carretera con sorprendente agilidad y se adentró campo a través en la negrura de la noche. Quedaba poco tiempo, debía de correr más. La fina lluvia se empezó a convertir en un aguacero, y al cabo de un par de minutos ya iba calado hasta los huesos, pero no le importaba, solo pensaba en Sergio y en la promesa que le había hecho: Antes de dormir le leería su cuento favorito, el que llevaba oculto debajo del abrigo.

Casi quince minutos más tarde, estaba abriendo la puerta acristalada que conducía al vestíbulo principal. De nada le importó las miradas indiscretas que los allí presentes le dirigieron al verlo entrar completamente empapado y a toda velocidad. Enfiló el camino a los ascensores y, cuando vio que uno estaba ocupado y el otro con el cartel de "Fuera de Servicio" pegado en la puerta, decidió subir por las escaleras. Eran siete pisos y la carrera anterior le estaba pasando factura, pero le daba igual. Solo pensaba en llegar cuanto antes. Sergio le estaba esperando. Al principio subía los escalones de dos en dos, pero al llegar al tercer piso tuvo que aminorar la marcha, el pecho le dolía y a la altura del quinto piso tuvo que pararse un momento a tomar aire, ya que notaba que se ahogaba. Comenzó a sentir un fuerte dolor en el brazo. No era un buen momento para que le diese un infarto, y menos cuando quedaban solo dos tramos de escaleras para llegar a su destino. Con mucho esfuerzo continuó subiendo escalones y abrió la puerta de acceso a la séptima planta. Apoyándose en las paredes avanzó lo más rápido que pudo. Con cada paso que daba el dolor en el pecho se intensificaba. Una enfermera detuvo su camino.

- Acaban de sedarlo -le anunció sin ningún preámbulo.

Empujó la puerta de la habitación iluminada solamente por la luz que desprendían los monitores que controlaban las constantes vitales de Sergio, su hijo de cuatro años y al que la cruel enfermedad le tenía postrado en esa cama de hospital. Se sentó junto a él y le tomó la mano. Un monótono beep se repetía cada pocos segundos como hilo musical.

Beep.

- Sergio, soy papá. ¿Me oyes?

Un pequeño apretón en la mano como respuesta.

- Sergio, papá te ha traído un cuento favorito. ¿Te acuerdas que te prometí que antes de irte a dormir iba a leértelo?

Beep.

Una nueva punzada en el pecho, y con mano temblorosa sacó el libro empapado de debajo de su abrigo y comenzó el relato que se sabía de memoria después de habérselo leído tantas y tantas veces: "Había una vez..."

Cuando terminó, el beep del monitor se intensificó y se convirtió en un pitido constante. Había cumplido su promesa. Apretó aún más la mano inerte de Sergio y se acurrucó junto a él. Ya no le importaba el dolor. Cerró los ojos; y cuando los médicos entraron en la habitación, sobre la cama padre e hijo descansaban juntos para siempre.

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)