"Trozos de metralla, copos de nieve" de Jota Zarco

10.06.2022

Oleg Rutowsky no evitó sobresaltarse ante el ensordecedor silbido de los lanzacohetes que se disparaban a su espalda y no quiso pensar sobre que caerían aquellos obuses. Ya había visto demasiados cadáveres en esos últimos días como para especular sobre la posible muerte de más civiles que habían sido sus compatriotas durante demasiado tiempo. Eso quizá le mantendría cuerdo en las cercanías al cerco a una ciudad, que las tropas rusas habían intentado aislar cortando sus cordones humanitarios y bombardeándola de forma inhumana durante dos días seguidos. Pero el avance de las tropas ruso-ucranianas se había ralentizado ante su inesperado número de bajas, más elevado de lo que los altos mandos rusos deseaban dar a conocer a sus jefazos allá en el Kremlin. Rutowsky quizá fue aspirante a ser el alcaide de aquella pequeña ciudad en las cercanías a Odessa, de no haber acabado siendo tirado a patadas de todas las elecciones, por sus simpatías moscovitas. Ahora era el lacayo de los rusos en asuntos parlamentarios como se decía, quizá autorizando el asesinato de enemigos reales o imaginarios, o dándole una cruel prorroga a otros y ralentizando su ejecución. Pero aquellos ucranianos a los que el simpatizante pro ruso tenía que inspeccionar no eran prisioneros convencionales. La ceniza provocada por las explosiones y los incendios se dispersaba por los alrededores por el viento y caía como copos de nieve. Rutowsky pensó que vendrían o bien de los incendios provocados por los obuses o quizá de carcasas incineradas. La vieja estación de tren de las afueras, por la que ya no circulaba ningún tren de cercanías, se había mantenido más o menos en pie todo aquel tiempo. La soldadesca: una mezcla de rusos, milicias ruso-ucranianas y chechenos, se congregaban en las afueras de una vieja estación a la que las bombas todavía no habían profanado. Rutowsky se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que unas tropas invasoras en retirada echasen la estación abajo.

- Dónde están los prisioneros, necesito hacerles una inspección, quiero verlos antes de que decidan darles pasaporte-. Rutowsky oyó risas y burlas tras una puerta cerrada cerca de él. Una coz la abrió desde dentro y tres soldados salieron sonriéndose entre sí, como los cómplices de un crimen.

- ¿A qué espera para salir la señorita princesa?, va a llegar tarde a su boda - dijo uno de ellos hacia la penumbra que reinaba en el interior de la habitación. Una niñata que apenas habría salido de su pubertad salió tambaleándose del cuarto, cubierta con una manta militar de color camuflaje y la mirada perdida en el vacío. Rutowsky quedó desconcertado al analizar sus exóticos rasgos.

- ¿Una gitana? -los ojos de la princesa prometida miran sin ver. No es difícil imaginar lo que acaba de ocurrirle. Se suponía que Rutowsky odiaba a los gitanos y creía tener razones para ello desde niño, pero ante su sorpresa no evitó compadecerse de aquella princesa destronada. Uno de los oficiales se acercó al político frustrado, como si quisiera revelarle un pequeño secreto inconfesable.

- Salga fuera, a la estación. Tiene que ver algo -el presunto supervisor de personal con vistas a su ejecución, salió al exterior del recinto y allí los vio. Eran cientos de cadáveres acumulados en montículos a modo de pequeñas cumbres hechas de carroña y metralla. Moscas en el aire y perros vagabundos atraídos por la desesperación. La soldadesca los dejaba hacer, suponiendo que la abundancia de carne los mantendría ocupados. La princesa salió al exterior y empezó a temblar ante la visión de los restos de las dos familias destinadas a ser partícipes de una boda que ya no se consumaría. El oficial sacó una pistola de su guantera y se la ofreció a Rutowski.

- ¿Por qué no ejerce de patriota amigo?, mátela. Ya es solo carne muerta, como el resto de zíngaros de esta ciudad. Nadie los echará de menos, gane quien gane la guerra.

- ¿Cómo? -sorpresa, estupor y miedo. O matas o te matan, es así de simple.

Un soldado le dio al oficial una segunda pistola y éste encañonó a Rutowski en la sien. El unionista apuntó a la princesa cuya mirada ya estaba hundida para siempre en el vacío, y se oyeron dos detonaciones al unísono.

••••••••••
Imagen: Obra la pintora Edurne Gorrotxategi (Getxo, Bizkaia)