Fuera de concurso: “Träumen” de Manuel Ángel Barbero Abril

28.02.2021

Georg observa como la bombilla solitaria le saca los colores al pasillo desangelado. En realidad sólo le resalta un tono amarillento similar al que tendría cualquier papel encerrado durante años en una lata de carne de membrillo. Octubre empieza a caducar y el pasillo limpio y vacío contribuye aún más a escarchar el ambiente gélido de esa tarde.

La bombilla, suspendida bajo un casquillo de latón maltratado por los años, juega con su propia vida. Relampaguea inconsistentemente a cada vaivén de la tensión eléctrica. El tungsteno de su filamento no aguantará mucho. Mientras Georg parece buscar a alguien, un enfermero se le cruza por delante empujando una silla de ruedas. El soldado que la ocupa tiene el costado forrado de vendas y la palabra tristeza tatuada en un trozo de esparadrapo que le atraviesa la frente. Se le transparenta a través de la piel. No parece tener ganas de vivir. Da la sensación de que se siente culpable por no haber muerto en aquella trinchera cuando ya estaba preparado para ello. Ahora no le quedan fuerzas para enfrentarse otra vez a la muerte. Ni a la muerte, ni a la vida tampoco. Avanza montado en aquel artefacto como quien va hacia ninguna parte; sin prisas, sin ilusión. Sus brazos, flácidos, caídos sobre sus muslos, se mueven como un flan a cada pequeña vibración que les transmite el suelo. El comandante médico le dirá dentro de unos minutos, cuando le examine el boquete que la metralla le abrió en la espalda, que las ganas de vivir son tan importantes como las medicinas, que la República pronto necesitará otra vez sus servicios, su coraje, su lealtad; que la libertad del pueblo está en juego... Sabe mucho de medicina y de arengas patrióticas, pero es ajeno a otro tipo de tratamientos; los que afectan al espíritu. La arquitectura fría, angulosa, oscura, vacía e insensible del sanatorio, junto con sus silencios eternos, la melancolía del otoño y los quejidos nocturnos no ayudan a curar lo que más duele.

La silla continúa avanzando por el pasillo. A la derecha, bajo un precario letrero se encuentra la sala de curas. La palabra "curas" está tachada y en su lugar está escrita, alternando mayúsculas y minúsculas sin ningún criterio gramatical, la palabra "fascistas".

Dentro, Victoria inmersa en la rutina de todas las tardes prepara el material que va a necesitar: la jeringa y las agujas reposan sumergidas dentro de su recipiente de latón, los trapos, relativamente limpios, que les servirán de vendas, se alternan en la mesa junto al éter, el alcohol y la tintura de yodo.

Detrás suenan tres golpes de nudillos en la puerta entreabierta. -Pase -dice sin desviar los sentidos de su tarea . -Hola, Vengo a que me susurres una herida. -Se equivoca usted, señor. Vendrá a qué le suture una herida. Espere un momento. Enseguida le atiendo, -le contesta sin girarse con los automatismos adquiridos a lo largo de los meses. Mientras habla se va dando cuenta de que el acento del hombre empieza a resultarle familiar.

-No me equivoco, Victoria. Mi herida es de amor. Creo que sólo se curará cuando me susurres al oído que sientes lo mismo que yo.

Entonces Victoria se da la vuelta y ve a su fotógrafo alemán plantado en la puerta de la sala de curas con la cara llena de sonrisas y una flor en la mano.

Victoria siente como se empieza a turbar su cara circunspecta. -¡Georg, qué alegría! ¿Cuándo has vuelto? -Nunca me fui. El tungsteno no aguanta más. El pasillo se queda iluminado solamente por la mortecina luz de la tarde que se cuela por entre la eterna sonrisa de Victoria.

*Träumen: Soñar