"Todo saldrá bien" de José Miguel Abajo Soler

08.11.2020

Miró sorprendido el revolver que sujetaba en su mano derecha. Estaba caliente y el humo tenue que salía de su cañón
desprendía un inconfundible olor a pólvora. Acercó su mano a su sien derecha. Pudo palpar un círculo caliente allí donde el disparo había chamuscado la piel, en el mismo lugar en que el arma había presionado su cabeza. No había duda, seguía vivo. Y eso era lo inexplicable. Hoy era el día. Había presentido que por fin el percutor no encontraría un cilindro vacío. Este juego de la ruleta rusa se prolongaba ya más de lo estadísticamente probable. Cada vez la probabilidad era la misma, un sexto, 16,66666% de posibilidad de que se produjera el disparo. No era una probabilidad desdeñable. Y él no había jugado sólo una vez, sino varias. No recordaba cuándo había tropezado en el fondo de uno de los cajones de su mesa de despacho con ese revolver Smith&Wesson que había traído como un souvenir de uno de sus viajes a Estados Unidos. Era tan fácil entrar allí en una armería y salir con un revolver. No había vuelto a acordarse de ella. Hasta aquel día en que, buscando algo, su mano había tocado el frío cañón del arma. La había sacado del fondo del cajón inferior de su mesa y al mirarla recordó, como si fuera ayer, la armería en que la compró. Las reuniones de ese día con los gestores de fondos del Bank of New York Mellon habían terminado. Tenían libre la tarde noche. Ya había estado en los principales puntos de atracción turística. Así que pensó acercarse al Zoo de Central Park. Después de haber visto los leopardos de las nieves, los pandas rojos, y el pingüino rey, se encaminó de vuelta al hotel. Una tienda en Madison Avenue llamó su atención. Por fuera parecía una boutique de ropa para caballeros. Dentro, junto con prendas propias de la londinense Savile Row, había una colección de armas. Un revolver Smith&Wesson atrajo su interés. Preguntó por él al dependiente que gustosamente abrió la vitrina y se lo mostró. Le gustó cómo encajaba en su mano, fuerte y flexible a la vez. El precio no le parecía excesivo. No lo necesitaba en absoluto, pero no pudo resistir el impulso. Así que en lugar de con una camisa de gemelos, salió de la tienda con un Smith&Wesson. Nada más llegar al hotel ya estaba arrepentido de haberlo comprado. Pasar sin problemas los controles aeroportuarios de origen y destino se le antojaba algo imposible. De algún modo lo consiguió. Lo guardó en el fondo del último cajón de su mesa y lo olvidó. Hasta que hace poco los problemas crecieron hasta parecer irresolubles. Cuando al suscribir su seguro de vida le comentaron, como curiosidad, que el suicidio estaba cubierto siempre que se hubiera satisfecho la prima de la segunda anualidad, no le dio mayor importancia. Cuando la situación devino imposible, buscó nervioso la póliza y comprobó que había transcurrido más de un año desde que la había contratado y que junto con el documento guardaba los recibos de las dos primeras primas. El plan se formó casi por sí solo. Con mucha dificultad compró un silenciador y una caja de munición. Escribió una carta de despedida a su familia que guardó en un sobre junto al arma. Y comenzaron sus noches de ruleta rusa. Quería terminar con todo, pero deseaba también que el destino jugara su carta. Así que cuando la calma reinaba en su casa, se sentaba a la mesa de su despacho, cogía el revolver y la carta de adiós y giraba el tambor. Apoyaba el cañón en su sien y cerrando los ojos, apretaba el gatillo. Nada había ocurrido hasta hoy. Esta noche el percutor había golpeado el cartucho, pero seguía vivo. No conseguía explicárselo. Guardó el revolver y la carta y acariciándose la sien abrió la puerta. Allí estaba su mujer con un bote de pomada Silvederma en la mano y un puñado de gasas. Sin decirle nada comenzó a curarle. Mientras la gasa cubría la capa de pomada, sus ojos se posaron sobre un dibujo que habían realizado sus hijos con un arco iris y una leyenda: todo saldrá bien.

En la imagen: Detalle del cuadro "Restauratio", de Dino Valls