"Todo lo referente a mí" de Francisco Javier Rodenas Micó

12.09.2022

Querida mía:

Tiendo a pensar que nada sabes en todo lo que se refiere a mí, pero luego me castigas con la distancia, vas y vienes, me llenas y me vacías, y me pregunto si no serás toda una experta.

Recuerdo la primera vez que el destino cruzó nuestras miradas. Era verano y un cielo que intuía nubes dormitaba plácidamente sobre nosotros. Pasaste junto a mí con gesto ausente y te odié por ello; como te he odiado después en tantas ocasiones por esa actitud tan tuya, tan altiva, que te hace parecer distante, inaccesible.

Siempre actúas de la misma manera, supongo que porque forma parte de tu naturaleza. Pero luego, tu mirada regresa de donde quiera que se haya ido y el gris gélido de tus ojos me reconoce entre la multitud; es entonces cuando sé que me he vuelto a enamorar de ti, aunque me haya prometido a mí mismo que no me pasaría de nuevo. Pero esa promesa se desvanece como si nunca se hubiera formulado.

Y luego te vuelvo a odiar por ese juego siniestro al que me sometes. El mundo me hace culpable de crímenes que nunca cometí. ¡Cuántas personas se han dejado la vida por el camino en mi nombre! Cuando la realidad es que eras tú quien las empujaba al abismo en el que habitas.

En aquel primer encuentro, el guion no fue muy diferente. Pasaste a mi lado, como te decía antes, casi rozándome, haciéndome sentir esa estela azulada que siempre te acompaña. Pero luego te volviste y clavaste tus ojos en mí. Tuve que sacar fuerzas de donde no las tenía ─las piernas me temblaban─, y me acerqué despacio, mirándote también, olvidando al resto del mundo, olvidando todo lo que no oliera a ti.
"¿Qué pasa cuando se abrazan el amor y la muerte?" -me preguntaste cuando comenzamos a bailar- ¿se muere el amor? ¿o se enamora la muerte?".

Aún tardé unos segundos en contestar, no porque no tuviera una respuesta para tu pregunta, sino porque me daba miedo escuchar esa respuesta, incluso aunque fuera de mis labios. Un cielo que intuía nubes dormitaba sobre nuestras cabezas y yo no quería que el baile terminara.

"Tal vez la muerte moriría enamorada -me aventuré al fin. "O el amor amaría hasta la muerte", fue tu réplica.
La música cesó y tú abandonaste la sala, sin mirar atrás, dejándome allí plantado, en mitad del salón, observando cómo te evaporabas entre un tumulto de seres anónimos.

Desde entonces, te has marchado tantas veces como hemos bailado; y, en todas ellas, he tenido la certeza de que habría otras noches para nosotros. Por eso te escribo hoy, por eso te escribo siempre; para que esa certeza se perpetúe como el fuego que nos ama y que nos mata.

Tuyo siempre.

Fdo.: el AMOR, que te querrá hasta la MUERTE.*

(* Carta inspirada en una frase anónima)

••••••••••
Imagen: Obra de la pintora Rosa Salinero (Vitoria / Ciudad Real)