"Tayén" de Itzel Estrada Torres

28.10.2021

Esa noche despertó con un gran frío en todo su cuerpo, su pelaje era demasiado corto para cubrirle del invierno que llegaba, cada vez más agresivo e impiadoso. Se puso a sollozar un poco. Su madre escuchó el quejido y lo recogió entre sus patas. Sus cuatro hermanos eran ya grandes y fuertes a sus solo seis meses de nacimiento. Tayen, sin embargo, era apenas un cachorro indefenso, su pelaje gris era muy poco, muy corto y muy fino para conservar su propio calor. Sus patas eran demasiado cortas para su cuerpo, y sus dientes eran demasiado pequeños y débiles. El calor de su madre acogió al cachorro y dejó que disfrutara un poco más la noche. Abrió los ojos y notó que por la boca de la cueva todavía se podía ver una parte de la luna, que estaba casi llena. Quiso aullar, pero no tuvo las fuerzas para hacerlo, pues el peso de su madre caía sobre él.

Cuando el día ya se había levantado, el calor del sol lo dejó salir de la cueva. Los demás cachorros se encontraban afuera desde hacía horas y corrían y jugaban alegremente. Tayen se les unió y también se puso a correr con ellos, pero todos los demás le aventajaban en gran medida en todo: fuerza, rapidez, agilidad; mientras que él a duras penas trataba de seguirles el ritmo, aunque fracasaba escandalosamente. Se pusieron a jugar cada vez más cerca del lago semi congelado, aunque sin darse cuenta; ya que perseguían a un pájaro. Le habían lastimado un ala, por lo que volaba bajo y se paraba por momentos. Los lobos se desesperaban, pero no lograban alcanzarlo. Cuando el ave por fin llegó a posarse sobre la fina capa de hielo, Tayen era del más cercano a ella, por lo que, llevado por la grandísima emoción que sintió al pensar verse victorioso, se lanzó hacia el pájaro, estaba casi a punto de alcanzarlo con sus pequeños colmillos, cuando sintió el hielo desprenderse bajo su peso. Se sumergió totalmente en el agua helada, dejando a su presa escapar. El frío se sintió como un golpe que le martillaba todo su cuerpo, el miedo se apoderó de él y el aire era lo que más deseaba en el mundo. Un gran hocico lo sacó del agua y lo llevó a la cueva, en donde su madre lo acurrucó lo mejor que pudo, sus hermanos también se acostaron con él, con la esperanza de transmitirle calor, le llevaron el mejor pedazo de la caza del día y estuvieron a su lado hasta el caer la noche, pero antes del ocaso Tayen ya había muerto. Y a la luna llena, la manada aulló.

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)