"Tal vez" de Manuel Tejeda Enríquez

08.10.2021

En el camión estaba Adrián, el empedrado hacía que su cabeza tambaleara y que sujetase su mochila casi abrazándola, entrecerraba los ojos, y en intervalos miraba a la calle y a los pasajeros en otros asientos. El murmullo y la lluvia, que enfriaba sus manos lo arrullaban. La lluvia no era fuerte, no era una tormenta, pero si puso el ambiente frio, tanto para alcanzar a ver el vaho de las personas, que, jugueteaban en las calles admiradas del clima, personas felices detrás del cristal, y otras que no, personas que deambulan a consciencia, sin paraguas y sin suspiros. Seis y media de la mañana, después de un rato Adrián ya se había despertado por completo, tanta gente en el camión no le permitía dormitar, además, el sol ya rozaba las aceras.

Al camión se subió una señora con su hijo de la mano, se le veía apresurada, estaba apresurada, esto se hizo evidente al momento en que le comenzó a gritar al niño, "¡Vamos a llegar tarde!", "¡Es por no querer cambiarte cuando te digo!", el niño, conteniendo un llanto de horas se le abrillantaban los ojos, dio pequeños y pausados sobresaltos para después llorar. Adrián lo miró y le otorgó su empatía, nunca le ha gustado ver llorar a un niño, es algo que no soporta, el sufrimiento. El chofer recogió a un par de pasajeros más; el camión estaba lleno en sus asientos, el llanto del niño era persistente, Adrián lo miró y pensó en bajarse de inmediato, dudó un segundo y decidió no hacerlo, pidió permiso a la persona que estaba junto a él, se agarró del tubo, sacó una pistola de su mochila y gritó: -Ahora sí, señores, carteras y celulares.- El conductor frenó, Adrián caminó a donde el chofer y comenzó desde ahí a guardar las pertenencias de las personas, el niño seguía llorando pero ahora estaba protegido en los brazos de su madre y sonaba opaco y débil, Adrián gritó más y puso un par de veces el cañón de la pistola en la cabeza de alguno, se movía de un lado a otro y apuntaba de frente a frente, y en su desesperación no alcanzó a prever el golpe en la cabeza que lo tumbó. Lo bajaron a la fuerza.

En la banqueta lo estaban golpeando, el camión se iba, miró al niño a lo lejos, ya no estaba llorando. Patadas y golpes, sangre y lluvia, y de entre la paliza, pudo correr; corrió desorientado aturdido y sangrando, detrás venía la furia en multitud y delante un camino largo que correr, de sus ojos brotaron lágrimas, por el niño que había visto llorar y por la mochila que le faltaba, por el niño que tenía que alimentar y que no quería ver sufrir, y tal vez le apuntaban con una pistola, tal vez lo iban a atrapar, tal vez un niño sufriría frente a su ataúd, o tal vez sufriría porque su padre nunca llegó. En la carrera sintió su muerte, en la carrera pensó en él, Mario de nombre, Mario sonaba en su cabeza, y sus piernas trataban, desesperadas, de alcanzarlo, en la carrera empujaba a todas las personas que deambulan a consciencia, sin paraguas y sin suspiros, que después de la indignación de haber sido empujados por Adrián, seguían sus caminos indiferentes de la sangre, el llanto y el anhelo que corría para llegar a casa, con su hijo. Tal vez aún lo seguían, pero él no volteaba atrás, tal vez podría ver a su hijo.

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)