"Sustituta" de María D. Serra Laliga

20.10.2020

Carl es psicólogo de árboles. Ha creado una fundación sin ánimo de lucro, de la que es presidente, consejero y miembro. Sus especialidades: Estrés postraumático (incendio, granizo, rayo), traumas emocionales (abandono de pájaros, ardillas), fobias (aracnofobia), pánico (caída de hojas, inflamación de raíces), y un largo etcétera que testea en cada excursión.

Yo cuento y agrupo pacientes. Para no aburrirme, mayormente. Luego, una vez en casa, le entrego mis listados y él, agradecido, prepara la cena.

Aunque practica la ciencia infusa (no tiene ni idea), sus terapias son un éxito. Se lo digo yo. Y él se trae pacientes a casa. Hoy mismo está tratando a cuatro pinos de Navidad abandonados y a doce almendros desorientados por el cambio climático.

¿Y por qué no tratar nuestras plantas decorativas de su síndrome del florero? Pues lo hace. Así le lucen los geranios, jazmines y petunias de nuestro balcón. Da gusto verlas desde la calle. Nuestras plantas irradian seguridad en sí mismas. Las miro a ellas, pero veo que tras el cristal, en el interior de mi casa, hay alguien que se mueve y se esconde.

Se lo digo a Carl. Un reflejo. Imaginaciones tuyas. ¿Otra vez estás con eso? Y ya no se lo comento más.

Algo me roza la pierna por debajo de la mesa. Algo se mueve detrás de mí cuando me lavo los dientes. Algo se bebe el agua de mis duchas cuando tengo la cabeza enjabonada. Carl no me escucha. Está absorbido por el psiquiátrico vegetal que tiene montado en casa. El balcón, la sala de espera, es una selva.

¡Ahora caigo en la cuenta!: los "algos" que me sobresaltan son solo insectos. Revolotean al sol, de flor en flor, y luego buscan la sombra fresca del interior. Me rozan, se posan en mis extremidades confundiéndome con el abedul o el olivo ingresados en mi cuarto. Me quejo a Carl. Tanta planta, tanto abono, tanto bicho, tanta humedad... me va a salir musgo en las orejas.

- Le haré psicoanálisis.

Su obsesión. ¿Y la mía? La mujer que veo desde la calle. La que vive en mi casa. A mis espaldas. Le pregunto a Carl que repite siempre lo mismo: un reflejo, etc., etc.

Hoy no come verduras. Él las llama plantas. Me mira con horror cuando me sirvo pisto o ensalada. Menos mal que no fumo. Cuando viene de la compra hace no sé qué ritual con mis verduras. Les pide perdón o algo así.

Estoy enfadada. No puedo comprar flores, eso es de asesinas; ni pelar patatas, ¿estás desollando?; ni rebanar zanahorias; ni destripar pimientos ni... adiós, berenjenas rellenas. Y para colmo oigo a una panda de avispas conspirar en mi contra. Me levanto muy despacio, últimamente me duelen las piernas al doblarlas. Parecen palos. Entorno las puertas del balcón y en el cristal veo mi reflejo. ¡Si parece que estoy más joven! Me fijo bien y descubro que son dos los reflejos. Somos yo y yo. Tiemblo de miedo. Cierro el balcón de golpe y me vuelvo. La yo joven ya no está. Ni reflejada ni en persona. Detrás de mí se agita una buganvilla a la que Carl está tratando por un síndrome del impostor. Pero si no es famosa. ¡Qué despropósito! Me acerco. Le toco una rama y se vuelve.

Es "yo".

Me repongo de la sorpresa y le pregunto si es mi sustituta. Si Carl está experimentando, no sé, ¿genéticamente? Si está creando una doble vegetal de mi persona. Le pregunto si es ella quien se pasea por mi casa a mis espaldas.

No me responde. Solo cabecea sonriente. ¿Sonriente? Me caigo al suelo del susto.

Como ha oído el ruido, Carl viene corriendo. Me levanta en vilo y me mete en el coche. Veo las puertas de un hospital.

Debo haberme roto algo. No puedo ni hablar.

Pasamos de largo hasta detenernos a las puertas del bosque. Carl me deja caer de pie en un agujero y me tapa las piernas con la tierra que había amontonado a un lado. Me mira un momento y saca su libretita de psicoanalizar:

- Síndrome de la personificación. Creo que no está patentado. Voy a ver.