"Somos felices sufriendo" de Daniel Gutiérrez Ventocilla

30.10.2020

Alberto Facundo tenía un perro, se llamaba Bruto, era su engreído. Tenía un pelaje suave, pero con dientes afilados. Había mordido a casi todo el pueblo, pero lo curioso es que nadie denunciaba al dueño. "Mi puerro puede morder a quien se le dé la gana". Decía don Facundo con ese aire despreciador de antiguo hacendado.

Todo aquel que era mordido, iba suplicante por los remedios y Facundo decía, "eso no más te hizo" y riéndose le daba cien monedas para los gastos de la sanación. "Con eso basta para los remedios y con el vuelto cómprate algo para ti o para tu familia". Nadie le daba veneno al perro, porque hasta cierto punto era rentable. La tarifa mínima era cien monedas. Los costos por sanación llegaban por lo mucho a cincuenta, y siempre quedaba un resto para algún gasto.

"Y si me hago morder con el perro de don Facundo". Decían las familias más menesterosas para tener algún dinerito. "Pero trata que no te muerda mucho", recomendaban los familiares al valiente que iba pos de un maltrato.

Pasaban por la puerta del hacendado, a veces con mala suerte, porque el perro estaba durmiendo o encerrado en el amplio patio. El día perfecto era cuando la puerta se mostraba entreabierta y ahí era el momento justo para la bonanza.

"Si los toreros ganan por hacerse cornear ¿por qué no podemos ganar con la mordida de un perro?" Decían para alentarse mientras comparaban sus heridas en el bar o en el campo.

De todo el pueblo, Ramiro era el que había tomado como oficio el hacerse morder con el animal, había logrado ganar más de mil monedas porque el perro le había arrancado la oreja, le había fracturado la nariz y le había desmembrado parte de un dedo del pie.

La tolerancia a la crueldad se había vuelto virtud.

Cierto día, el perro apareció muerto en la calle. Se dice que muchos lloraron ante el cadáver. "¡Murió nuestro Bruto! ¡Murió nuestro Bruto!". Decían. Buscaron al culpable y lo encontraron para darle muerte. "¡Dinos Tu Nombre!, ¡Dinos Tu Nombre!", le dijeron. Aquel hombre, orgulloso de lo que había hecho, contestó. "Mi nombre es educación". Diciendo esto, murió. El hacendado compró otro perro, le puso el mismo nombre. La gente se alegró.

Por todo ello, dice que: "Cuando un pueblo mata la educación siempre gobernará un bruto".