"Sobre el puente", de Juan Martín-Mora Haba

20.05.2019

Te espero sobre el primer arco del puente, recostado en el pretil, viendo pasar la corriente del río y los animalitos que viven en él dejándose llevar, para volver después. Es ese río al que te gustaba ir y bañarte, mientras yo te observaba desde lo alto. No habías aprendido a nadar, pero tampoco el río era tan profundo como para tragarte, en ese recodo protegido por un contorno pétreo. Por eso, te deleitabas viendo los pececillos moviéndose como juguetones niños traviesos.

Hace mucho tiempo desde aquello. Hoy, pasando por tu puerta, volví a sentir esa emoción de entonces.

Recuerdo que, fue ahí donde perdí mi equipaje en el tiempo de las camelias, y ahora vuelvo a buscarlo.

En la casa de la maestra aprendíamos las primeras palabras, dándome cuenta ahora de la importancia de una sola, especial para ti, habiendo tenido que aprender muchas más de mil, sin encontrar la que te defina como a las flores de tu patio henchido de colores y aromas, aunque bien podría ser ESENCIA. Pero también he aprendido, que para escribir de manera atinada no basta con conocer muchas palabras; es necesario ser como el alma de las letras engarzadas y animadas con tanto acierto como la más bella melodía, capaz de embriagar los pensamientos, parecido a cuando te miraba a la cara, encontrándome en ella un no sé qué tan atractivo como las camelias de doña Asunción, las violetas de Valentina, los pensamientos de doña Regina, la lavanda del jardín de Soledad, o el azahar de los parques y calles, en las corolas rosadas de tus mejillas, cuando te atraía el olor a zapatos nuevos.

Nada ni nadie debería someternos al paso del tiempo, para poder contemplarnos tal como éramos cuando el río pasaba cristalino por debajo de ese puente de nuestros mejores años, contemplando a esos amigos nuestros vestidos de escamas, mientras escuchábamos a las ranas croar, las cigüeñas crotorar, y a los patos graznar en los meandros de más abajo del curso de la corriente, escondidos entre los juntos, cañaverales y enmarañados zarzales o, también, aprovechando un islote en el discurrir fluvial, como además, alejados de las riveras, formando manadas sumidas en sus coloquios, resonando en el espacio libre por donde se esconde el sol y la mirada se alarga tratando de ir más allá de donde matrimonian la tierra y el cielo.

Sí, he vuelto a encontrarme contigo sin importarme cuantos años son los que han pasado, porque los recuerdos siguen estando frescos como las chorreras jugando entre las rocas, componiendo esa canción suprema del ayer, junto al hoy, con una melodía que te lleva como la corriente a un barquito de papel.

No importa que ahora las aguas no salten y además estén sucias. La memoria se mantiene espléndida, fresca, limpia y tan pura como las mariposas revoloteando a nuestro alrededor, pareciendo hacer lo mismo dentro de nosotros.

¡Mira! ¡Está empezando a llover! Se está mojando el mes de abril y empezarán a florecer nuestros sentimientos como en aquellas primaveras, donde tu voz y mi voz afloraban aquellas primigenias palabras de amor, quedas, despertándose del adormecimiento causado por la ausencia, pero recordadas durante mis tardes de café, donde las letras brotan con ínfulas de saberse ciertas, entre el laberíntico recorrido de columnas, calles misteriosas, temporadas de caracoles, y el gran y robusto puente, que no se hace viejo por muchos pasos andados sobre sus piedras, viendo el río discurrir; el de nuestros primeros sentimientos, siendo chica tú, y chico yo, perdurando por siempre, aún después de ser solamente esencia.

Ahora me voy, y cuando vuelva, proclamaré tu nombre para que salgas a mi encuentro.