"Sincronicidad", de Gotzone Butron Kamiruaga

04.06.2019

Cada vez que recibía un premio, Amaia perdía algo muy querido. La idea cruzó su mente tras la desaparición de pequeñas cantidades de dinero. Al principio, eran escasas sumas. Luego las pérdidas cobraron mayor importancia. Un día, echó en falta 500 euros de la cartera y relacionó el hecho con la publicación de su primer relato. El descubrimiento dejó en ella un poso de extrañeza y preocupación. La vida es caprichosa, pensó.

Continuó escribiendo. Recibió premios y menciones, le publicaron una novela. Las pérdidas se hicieron más preocupantes: una amiga se fue a vivir a Nueva Zelanda, el dálmata adoptado años atrás murió sin causa aparente y su amante cumplió la amenaza de dejarla tras varios años de relación turbulenta. Con la vista clavada en el ordenador, esgrimió distintas posibilidades, dejar de publicar era una de ellas. Así lo hizo durante un tiempo. Luego las ideas se agolpaban en su cabeza y sólo conseguía relajarse si las plasmaba en papel. Reconoció su necesidad de escribir como vital, sin embargo decidió no enviar sus relatos a ninguna editorial. Los guardaría en su escritorio.

Su hermana murió muy joven y sin justificación alguna, y Amaia culpabilizó a sus narraciones. Tomó la decisión de no escribir nunca más. Emprendía largos paseos para dar rienda suelta a su imaginación, aunque se mantuvo firme en la decisión. Su desazón aumentó. Le encargaron un artículo para una conocida revista de música y lo envió sin mucha dedicación. No podía permitirse el lujo de dejar de trabajar pero no quería destacar en absoluto.

Una mañana, recibió una llamada de la jefa de redacción para felicitarle por su lenguaje directo y procaz. Le comunicó su intención de crear una nueva sección en la revista. ¿No te alegra la noticia?, inquirió ante la falta de entusiasmo de su interlocutora. Incapaz de negarse ante una oportunidad tan esperada, Amaia sintió una punzada en el estómago nada más colgar el teléfono. Los nervios del nuevo trabajo, pensó, y comenzó a elaborar el siguiente artículo. 

La sección tuvo un éxito inusitado. Al poco murió su madre. Es una coincidencia, una coincidencia, repetía para sí misma como un mantra. Pocas semanas después, una productora de cine se ofreció a comprar los derechos de la novela. Se encerró en casa para no tener ningún accidente. Apenas se relacionaba con gente conocida. Le reclamaron varios medios de comunicación. Sin embargo Amaia, incapaz de acudir a las entrevistas, contestaba los correos electrónicos desde el sofá donde pasaba la mayor parte del día. Se sentía muy débil. Aun así, compró por internet un elegante vestido para el estreno. Al llegar el día no pudo ponerse en pie. Cayó sobre la alfombra del estudio, junto al ordenador. Lo último que vio en la pantalla fue su nombre. El final.

NOTA:
"amaia" significa "fin" en euskara

(Imagen: Pixabay)